Amor, cuando te digan que te olvidé, y aun cuando sea yo quien lo dice, cuando yo te lo diga, no me creas, quién y cómo podrían cortarte de mi pecho?

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>> 31 de diciembre de 2008

Días de espesor condenado,
con estrías de luna abandonadas por el sol.
O menos: sin estrías.
Tabla rasa de la luz y la sombra,
limbo penitencial
que ignora dónde estuvo la culpa
y dónde el paraíso.

Pero algo suena de pronto,
menos quizá que un sonido,
menos que el eco de un llamado
en una puerta que no existe,
menos que la sombra de la campanilla
en el espacio atónito de una catedral,
menos que el latido de un reloj
sumergido en el fondo del pasado,
menos que el roce de los nombres perdidos
en la impenetrable maraña de lo nombrado,
menos que el pensamiento de una melodía
que jamás se ejecutó
y tal vez nunca se compuso,
menos que una vibración estrangulada
en el hueco de una palabra muerta,
menos que un sueño detenido
en el umbral más quieto de la noche,
menos aún que la forma más remota de un mundo
después de su extinción.

Y entonces,
allí donde ni siquiera la idea de la luz
podría abrir la partitura tapiada del tiempo,
ese menos que menos,
ese menos que sin embargo suena,
nos reanima en el límite.

Necesitamos a veces
descender a la nada,
al casi nada de la nada,
allí donde la nada
es una música infinitesimal,
lo único que se oye
cuando todo lo demás enmudece,
cuando el oído queda
completamente solo.



Nota al pie: A Juarroz, como a Neruda y a Salinas, se lo lee como al I-Ching, como algunos leen la Biblia: se toma el libro en cuestión y se lo abre en una página al azar. Entonces un poema como este, sale, te golpea y te deja sin aire.

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>> 21 de diciembre de 2008

El fondo de las cosas no es la vida o la muerte.
Me lo prueban
el aire que se descalza en los pájaros,
un tejado de ausencias que acomoda el silencio
y esta mirada mía que se da vuelta en el fondo,
como todas las cosas se dan vuelta cuando acaban.

Y también me lo prueba
mi niñez que era pan anterior a la harina,
mi niñez que sabía
que hay humos que descienden,
voces con las que nadie habla,
papeles donde el hombre está inmóvil.

El fondo de las cosas no es la muerte o la vida.
El fondo es otra cosa
que alguna vez sale a la orilla.

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Capitulo 126 -Rayuela-

>> 12 de junio de 2008

Empezó porque después de tomar el último trago de café. hizo la señal pero lo miró inexpresivamente y fue a buscar el diario para leer las columnas necrológicas como corresponde después del café. esperó un momento y dijo que iba a hacer más café porque se había quedado con ganas de tomar café de verdad y no el jugo blanquecino que preparaba so pretexto de que ya casi no quedaba café molido en la lata azul.

A esto contestó con una mirada igualmente blanquecina, y cuando le hizo otra vez la señal, los ojos se dejaron caer hacia abajo y empezaron a buscar (en un diario de la mañana) a Juan Roberto Figueredo, q.e.p.d., fallecido en la paz del Señor el 13 de enero de 195…, con los auxilios de la religión y la bendición papal. Su esposa, etcétera. Isaac Feinsilber, q.e.p.d., etcétera. Rosa Sánchez de Morando, q.e.p.d. Ningún conocido ese día, ni siquiera un nombre que se pareciera a alguien conocido y que permitiera la duda y la genealogía. Volvió con la cafetera y empezó por echar bastante azúcar en la taza de que no lo miraba, absorta en la lectura de Remigio Díaz, q.e.p.d. Después le sirvió café hasta el borde de la taza, y llenó la suya, mientras con la mano libre sacaba un paquete de cigarrillos y se lo llevaba a la boca como si fuera a morderlo, pero era nada más que para extraer hábilmente un cigarrillo sin tocar los otros con los labios. ¡Tengo muchísimo sueño! dijo al cabo de diez minutos.

Con las noticias que leés, dijo que había estado esperando la frase y empezaba a inquietarse seriamente. bostezó con delicadeza. ¡Aprovechá que la cama no está tendida! dijo: Siempre te ahorrás un trabajo. Lo miró como esperando que él renovara la señal, pero se había puesto a silbar con los ojos clavados en el techo y más precisamente en una telaraña.
Entonces pensó que estaba ofendido porque no le había contestado la señal con la respuesta convenida (que consistía en pasarse una mano por la oreja izquierda en señal de ternura y aquiescencia), y se fue a dormir la siesta dejando la mesa tendida con los restos de un rotundo puchero. Esperó tres minutos, se sacó el saco de piyama y entró en el dormitorio. dormía profundamente, tendida de espaldas. Como hacía calor, había retirado la frazada y la sábana de arriba; era exactamente lo que deseaba, y también que no tuviera puesto más que el camisón con que se había levantado.
La bata azul estaba tirada a los pies de la cama, cubriéndole los pies, y la enganchó con la zapatilla y la proyectó hasta un rincón. Calculó mal y la bata estuvo a un tris de irse por la ventana, lo que hubiera sido molesto. Del bolsillo izquierdo del pantalón sacó un tubo de Secotine y un ovillo de hilo negro. El hilo era brillante y bastante grueso, casi como un cordel. Con mucho cuidado metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón y sacó una hojita de afeitar envuelta en un pedazo de papel higiénico. El papel higiénico se había roto y se veía parte del filo de la hojita.
Sentándose al borde de la cama, empezó a trabajar mientras silbaba estruendosamente un trozo de ópera. Estaba seguro de que no se despertaría, porque el café a grandes dosis la hacía dormir profundamente, y además lo hubiera asombrado que se despertara teniendo en cuenta que le había echado tres pastillas de penumbrato de oxtalina junto con el azúcar. Muy al contrario, el sueño era extraordinario; respiraba resoplando, es decir que cada cinco segundos su labio superior se inflaba como un volado de cortina, mientras el aire salía por debajo en forma de soplido estertoroso. Le sirvió esto como compás para seguir silbando la ópera mientras cortaba un pedazo de hilo negro luego de calcular aproximadamente cuánto necesitaba. Los tubos de Secotine se abren extrayendo de su interior un alfiler de cabeza redonda, que sirve para mantenerlos destapados y tapados al mismo tiempo, detalle que da idea de la astucia del fabricante. Una vez retirado el alfiler, lo más probable es que aparezca en el pico del tubo una gota de una sustancia bastante repugnante, de olor ya célebre y propiedades mucilaginosas certificadas.
Con mucho cuidado, y mientras bordaba variaciones sobre Bella figlia del’amore, mojó el extremo de la hebra negra en la Secotine e inclinándose sobre apoyó la parte humedecida en el medio de su frente, dejando el dedo lo suficiente como para que la hebra se pegara en la frente sin que el dedo se pegara en la hebra, es decir unos cuatro segundos término medio.
Después se trepó a una silla (poniendo antes el tubo, el alfiler y el ovillo sobre la cómoda) y pegó el otro extremo de la hebra en uno de los caireles de la araña suspendida sobre la cama y que se había negado a tirar por la ventana a pesar de sus (ya pasadas y no repetidas) súplicas…Satisfecho de que la hebra quedara suficientemente tensa, porque detestaba las combas en cualquier obra humana, se colocó del lado izquierdo de la cama armado de la hojita de afeitar, y cortó de un solo tajo el camisón de empezando por debajo de la axila. Después cortó la vuelta de la manga, e hizo lo mismo del otro lado. Las mangas salieron como pieles de culebra, pero procedió con cierta solemnidad en el momento de levantar la delantera del camisón y dejar desnuda a .
Nada podía haber en el cuerpo de que le fuera extraño, pero su brusca contemplación le producía siempre un deslumbramiento que la Gran Costumbre se aplicaba a enmohecer de golpe. El ombligo de , sobre todo, lo transtornaba a primera vista; tenía algo de repostería, de injerto fracasado, de pastillero tirado en un tambor. Cada vez que lo veía desde lo alto, a le venían unas ganas vehementes de juntar saliva, una saliva dulce y muy blanca, y escupir delicadamente en el ombligo, llenándolo hasta el borde de una tibia puntilla de cumpleaños.
Lo había hecho muchas veces, pero ahora no era el momento, de manera que volvió a buscar el ovillo y se puso a cortar hebras de diferente longitud, calculando previamente ciertas distancias. La primera hebra (porque la que iba de la frente al cairel de la araña era como un acto previo que no contaba) la pegó en el dedo pulgar del pie izquierdo de ; esta hebra iba del pulgar al pestillo de la puerta que daba al cuarto de baño. La segunda hebra la fijó en el segundo dedo y también en el pestillo; la tercera, en el tercer dedo y también en el pestillo; la cuarta hebra, en el cuarto dedo y en un adorno de la cómoda en forma de cornucopia (de roble y rajada en tres partes); la quinta hebra iba del dedo más pequeño a otro cairel de la araña. Todo esto correspondía al lado izquierdo de la cama.
Satisfecho, pegó una hebra en la rodilla izquierda de y la fijó en la parte superior del marco de la ventana que daba al patio del hotel. Precisamente en ese instante una enorme mosca verde entraba por la ventana abierta, y empezaba a zumbar sobre el cuerpo de . Sin hacerle caso, fijó otra hebra en la ingle izquierda de y en la parte superior del marco de la ventana.
Pensó un momento antes de decidirse, y después tomó el tubo de Secotine y lo apretó contra el ombligo de , hasta rellenarlo. Pegó inmediatamente seis hebras, que fijó en cinco caireles de la araña y en el marco de la ventana. No le pareció bastante y pegó otras ocho hebras en el ombligo, que fijó en siete caireles de la araña y en el marco de la ventana. Retrocediendo dos pasos (estaba un poco arrinconado entre la cama, la ventana y las hebras que iban de al marco) apreció el trabajo realizado y lo encontró bien.
Sacó otro cigarrillo y lo encendió con el pucho del que ya le quemaba los labios. Cortó de golpe media docena de hebras, y pegó una en el pezón izquierdo de , otra entre los pelos de la axila izquierda, otra en el lóbulo de la oreja, otra en la comisura izquierda de la boca, otra en la aleta izquierda de la nariz y otra al lado del lagrimal izquierdo. Las tres primeras las fijó en los caireles de la araña, y las otras en el marco de la ventana, con mucho trabajo porque casi no le quedaba lugar para moverse. Tras esto fijó hebras en cada dedo de la mano izquierda, en el codo y en el hombro del mismo lado. Después tapó el tubo de Secotine con el alfiler suministrado a tal efecto, envolvió la hojita de afeitar en el pedazo de papel higiénico atentamente preservado en el bolsillo trasero del pantalón, y guardó las dos cosas y el ovillo en el bolsillo izquierdo de la misma prenda.
Agachándose con mucho cuidado para no rozar las hebras, que estaban admirablemente tensas, se arrastró por debajo de la cama hasta salir del otro, completamente cubierto de polvo y pelusas. Se sacudió contra la ventana que daba a la calle, volvió a sacar sus utensilios de trabajo y cortó una cantidad de hebras, que fue pegando sucesivamente en distintas partes del lado derecho de , manteniendo en general la simetría con el lado izquierdo pero permitiéndose ciertas variaciones; por ejemplo, la hebra correspondiente al lóbulo de la oreja derecha quedó tendida entre el lóbulo y el pestillo de la puerta del cuarto de baño; la hebra que salía del lagrimal derecho quedó fijada en el marco de la ventana que daba a la calle.
Finalmente (aunque era una tarea que no tenía por qué terminar tan pronto) cortó una buena cantidad de hebras, les puso abundante Secotine y se largó a una improvisación vehemente, repartiéndolas en el pelo y las cejas de y fijándolas en su mayoría en los caireles de la araña, aunque no sin reservar algunas para el marco de la ventana que daba a la calle, el pestillo de la puerta del cuarto de baño, y la cornucopia.Metiéndose debajo de la cama, después de guardarse el tubo, la hojita de afeitar y el ovillo en el bolsillo del pantalón, se arrastró hasta salir por los pies de la cama, y siguió reptando de modo de quedar frente a la puerta del cuarto de baño. Muy despacio, para no rozar ninguno de los hilos que iban hasta el pestillo, se enderezó y miró su obra.
Por las ventanas entraba una luz amarilla y bastante sucia, que parecía un reflejo de la pared descascarada de la casa de enfrente donde todavía se conservaban los restos de una pintura representando a un niño de pecho que sorbía alguna cosa con aire de gran deleite; pero la pintura se había desprendido a jirones, y en lugar de la boca el niño tenía una especie de llaga amoratada que no parecía ninguna recomendación del producto nutritivo encomiado más abajo con unas letras más bien tartamudas. La calle era enormemente angosta y las ventanas de un lado no estaban a más de cinco metros de las del otro. A esa hora no había ninguna abierta, salvo la de , pero no estaría a esa hora, o dormiría la siesta. La mosca empezaba a molestar seriamente a , que hubiera querido expulsarla, pero para eso hubiera tenido que adelantarse hasta los pies de la cama y agitar la mano cerca de la araña, cosa imposible dada la cantidad de hebras tendidas en esa dirección.
Hace calor, pensó , secándose la frente con el revés de la mano. ¡Hace un calor bárbaro, realmente! Por un lado le hubiera gustado cerrar las persianas, pero aparte de que era muy difícil abrirse paso entre las hebras, hubiese dejado de ver con la perfecta claridad necesaria el cuerpo de . La desnudez de se recortaba no tanto por estar tendida de espaldas en la cama sino porque las hebras negras parecían converger de todas partes y precipitarse sobre ella. Si no hubieran estado tan tensas este efecto se habría malogrado completamente, y se felicitó por su destreza, aunque llevado por una exigencia natural a su espíritu no dejó de ver que la hebra que iba desde el marco de la ventana hasta el lagrimal derecho estaba ligeramente floja.
Por un momento pensó que se habría movido, alterando el juego general de las tensiones, pero le bastó observar en conjunto las hebras para descartar esa posibilidad. Además la dosis que había echado en el café no hubiera permitido que moviese ni siquiera los párpados. Pensó en arrastrarse hasta la hebra más floja y tenderla mejor, pero probablemente hubiera estropeado algunas de las hebras que se reunían con la otra en el marco de la ventana. Concluyó que en conjunto el trabajo estaba bien, y que podía permitirse un descanso y otro cigarrillo.
Ocho minutos después tiró el pucho por la ventana que daba a la calle, y se desnudó sin moverse de donde estaba. Su cuerpo alto y flaco parecía salido de una litografía (era un opinión frecuente de ). Aunque no podía verlo, hizo la señal convenida, y esperó alguna respuesta durante medio minuto. Después empezó a acercarse a los pies de la cama, sorteando poco a poco con cuidado infinito las hebras que iban hasta el pestillo de la puerta del cuarto de baño. Para eso se agachó y levantó cada vez que hacía falta, hasta quedar parado exactamente a los pies de la cama, cerrando un triángulo formado por los dos pies de y su propio cuerpo.
Esperó un rato, hasta que abrió los ojos y lo miró. Apenas tuvo la seguridad de que lo estaba viendo (porque a veces la inconsciencia duraba unos minutos después del despertar), levantó un dedo y señaló una de las hebras. Los ojos de empezaron a pasear por las hebras, partiendo de las que brotaban de sus cejas y lagrimales, y siguiendo luego a lo largo de su cuerpo. Subían hasta los caireles de la araña y volvían al punto de partida; volvían a salir, iban hasta la ventana que daba al patio y regresaban a fijarse en una rodilla o en un pezón; seguían el rumbo negro que los llevaba hasta la ventana que daba a la calle, y regresaban hasta las ingles o los dedos de los pies. esperaba con los brazos cruzados, idéntido a un de la época azul. Cuando acabó de reconocer las hebras, algo como un suspiro le levantó el pecho y proyectó sus labios hacia afuera. Cautelosamente movió el brazo derecho, pero lo detuvo al oír un tintineo en los caireles de la araña. La mosca verde voló pesadamente, resbaló por entre las hebras, giró sobre el vientre de y estuvo a punto de posarse sobre el monte de , pero después subió hasta el cielorraso y se pegó a una de las molduras, y seguían su vuelo con una atención exasperada; no se miraron hasta tener la seguridad de que la mosca se había posado en el cielorraso con intenciones de quedarse ahí.
Apoyando una rodilla en el borde de la cama, agachó la cabeza y empezó a adelantar el cuerpo hacia , que lo miraba y no se movía. Apareció la otra rodilla en el borde de la cama, mientras el torso avanzaba horizontalmente y una de las manos buscaba el apoyo del colchón, exactamente entre las dos piernas de . Las hebras lo envolvían, pero sus movimientos eran tan precisos que no rozó ninguna cuando sacó una rodilla y la puso sobre el colchón, luego la otra junto con la otra mano, y quedó de hinojos y completamente curvado entre las piernas de , respirando pesadamente porque la maniobra había sido lenta y difícil, y le dolían las tibias que se apoyaban todavía en el borde de la cama. Enderezando la cabeza, miró a .
Los dos estaban sudando, pero mientras el sudor envolvía a en una fina malla de gotas transparentes, tenía empapada la cara y los hombros, pero secos el pecho y el vientre.
¡Uno hace la seña pero el otro juega con las nubes! dijo .
Las nubes también son una respuesta, dijo .
-Frase alquilada.
-A tu justa medida. - Esperó.
-Por fin lo hiciste- dijo .
-
Hace meses que me preparabas para esto. Primero con la manía de enseñarme a declamar porquerías, a bailar como las tibetanas, a comer como los esquimales, a hacer el amor como los perros. Después me obligaste a no cortarme las uñas, me echaste a la calle el día del granizo, me encerraste en una caja de madera con una lámpara de rayos infrarrojos, me regalaste un álbum de estampillas. Todo eso no era nada.
-Vos sabés cuánto te quiero? dijo en voz tan baja que abrió los ojos como sorprendida?. Mi amor está apretado en este puño, triturado y apelmazado hasta volverse una bola chirriante, una estrella portátil que puedo sacar del bolsillo y acercar a tu cuerpo para quemarlo, para tatuarlo. Cada vez que te hago la seña no me contestás, y la estrella me fríe las piernas, me corre por las costillas como una tormenta en el mar de los sargazos, esa inexistencia donde flota el kraken, donde las medusas se acoplan de a miles, girando lentamente por la noche, en un baño de fósforo y de plancton.
-¿Y yo tengo la culpa de todo eso?
-Vas a desplazar las hebras- dijo . Apenas movés la boca hay dos hebras que se desplazan.
-Bah, las hebras? dijo .
-¿Cómo bah las hebras? - Me ha llevado media hora de trabajo, estoy lleno de tierra y de pelusas. No barrés nunca debajo de la cama. Peor, barrés el cuarto y metés la basura debajo de la cama. Acabo de descubrirlo. Mi amor es también así, materias sueltas que se juntan y aglutinan y conglomeran y yuxtaponen. Además yo sudo, cosa que no le ocurre a la basura.
- Parece como si hubiera dormido cien años- dijo . ¿Cuánto dormí, ?
- ¡Cien años! - dijo .
- Es mucho, cien años.
- Para el que se queda despierto.
- Vos, te debés haber aburrido una locura.
- Exactamente- dijo . Al dormirte te llevás el mundo, y yo me quedo despierto en una especie de nada con líneas de fuga. A la larga resulta aburrido.
- ¿Por eso jugás así? dijo , mirando las hebras.
- Esto no es un juego. Estar desnudos frente a frente.
- ¡Te lo juro! dijo .
Yo creo que no vi la seña.
- La viste perfectamente.
- Si la hubiera visto la habría contestado. Prefiero estar despierta con vos.
- Frases explicatorias nunca amamantaron a las abejas- dijo .
- A lo mejor la vi y no la contesté, pero era por el calor y porque en el fondo yo hubiera tenido que lavar los platos antes de venir a acostarme.
- Primero los platos- dijo . Un buen lema. Detrás de cuántas puñaladas hay esa razón que ningún juez aceptaría. Preferís pasar la lengua por los platos sucios antes que lamerme el pecho como un caracolito industrioso. Dejando una huella en forma de cuatro o de ocho. Mejor de siete, número empapado de sacralidad. Pero no, primero lameremos los platos como decía la reina Victoria. Primero lameremos los platos.
- Pero es que están tan sucios- dijo . Hace quince días que no lavamos nada en la cocina. Ya te fijaste que hoy almorzamos con platos sucios, no se puede seguir así.
- Estás perturbando las hebras- dijo .
- Y si ahora me hicieras la seña, si ahora mismo vos…
- Ahora no hace falta- dijo . Tengo derecho a lo que me dé la gana. Al fin y al cabo no sos más que una mosca.

Se oyó un silbido en forma de S. Entró por la ventana que daba a la calle.
- Es - dijo . Me llama.
- Vestite un poco antes de asomarte- dijo . Siempre te olvidás que estás desnudo.
- Es que siempre estoy desnudo. Sos vos la que te olvidás de eso.
- Está bien- dijo . Pero por lo menos ponete el pantalón de piyama. ¿Y yo hasta cuándo tengo que quedarme así?
- No sé- dijo . Primero hay que ver lo que quiere .
- Alguna manga, seguro. Un cigarrillo o los fósforos, esas cosas. Es un vicioso, realmente.
- Pero vos lo protegés.
- Si te vas a poner a proteger a la gente normal…
- Es cierto- dijo .
-En el fondo es un buen muchacho. Oílo como silba. Es increíble la forma en que puede silbar. A mí se me haría pedazos la boca.
- es un alquimista- dijo . Transforma el aire en una cinta de mercurio. Qué jodido, carajo.
- ¿Por qué no te asomás a ver lo que quiere? Fijate que yo no estoy muy cómoda con estos hilos. Se quedó estudiando en silencio las palabras de .
- Ya sé- dijo . Lo que vos querés es que yo te suelte para irte a lavar los platos sucios.
- Te juro que no. Me quedo aquí con vos. Si me hacés la seña, te juro que…
- Puta, reputa, recontraputa- dijo .
- Si te hago la seña, eh. Ahora vení a comprarme con la seña. ¿Qué me importa la seña, si te he poseído como me dio la gana mientras dormías? Ahora mismo no tengo más que resbalar veinte centímetros, abriéndome paso como una gaviota entre este maravilloso cordaje negro, esta arboladura de galeón empavesado, y penetrarte de un solo golpe para que grites, porque siempre gritás si te tomo de sorpresa. Y lo estás deseando, hace cinco minutos que te huelo y sé que lo estás deseando, podría entrar en vos como una mano en un guante usado, tenés el perfecto grado de humedad que aconsejan los especialistas en cuestiones copulares, especie de holoturia caliente.
- ¿Realmente lo hiciste mientras yo dormía?- dijo .
- Lo hice de la manera más perfecta, pero eso no lo comprenderás nunca- dijo mirando las hebras con un orgullo profundo?. Más allá de la seña, más allá de tu sucia cocina, y sobre todo más allá de tu bajo deseo. Quedate quieta, estás alterando las hebras.
- Por favor? dijo . Andá a ver qué quiere , y después cerrás las persianas y venís conmigo. Te juro que no me voy a mover, pero apurate.

Volvió a estudiar en silencio las palabras de .
- A lo mejor sí- dijo.
- Vos no te muevas. ¿Querés que te seque un poco con una toalla? Estás sudando como una marmota.
- Las marmotas no sudan- dijo .
- Sudan muchísimo- dijo .
Siempre hablaban de marmotas en el momento en que se reconciliaban.
- ¿Ahora la cuestión es saber cómo voy a salir de aquí? dijo ?. Hay tantas hebras que puedo tropezar con una, y cuando se retrocede no se tiene la misma clarividencia que cuando se avanza. Es increíble cómo el hombre ha nacido para la frontalidad. De espaldas no somos nada, che. Como la marcha atrás en auto, el más pintado se traga un buzón en la primera de cambio. Vos guiame. Primero saco esta pierna y pongo la rodilla en el borde de la cama. - Un poco más a la derecha- dijo .
- Me parece que toco una hebra con el pie. dijo , mirando atrás y corrigiendo su movimiento.
-Apenas la rozaste. Ahora poné la otra rodilla, pero despacio. Estás hermoso, tan sudado. Y la luz de la ventana te hace como un baño verde. Parecés podrido, te juro. Nunca te vi tan lindo.
- Dejate de elogios y guiame- dijo furioso. - ¿Te parece que pongo el pie en el suelo, o mejor voy resbalando? Lo malo es que me voy a despellejar las canillas, esta cama tiene un filo terrible.
- Poné primero el pie derecho- dijo .
-Lo malo es que no alcanzo a ver el piso, cómo querés que te guíe si tengo que quedarme quieta.
- Ya está! dijo . - Ahora me voy agachando despacio y retrocedo centímetro a centímetro, como en las novelas de .
- No nombres a ese pájaro maléfico- dijo, .
Reptando cual el caimán de las marismas, pasó poco a poco bajo las hebras que iban hasta el marco de la ventana. No volvió a mirar a , absorto en el estudio de la cornucopia de la cómoda y el problema de sortear las hebras que iban de la cornucopia a un dedo del pie y al pelo y las cejas de . Así pasó bajo la mayoría de las hebras, pero la última la salvó de un salto. Recién entonces, con la mano en el pestillo de la puerta, miró a que parecía dormida. Se daba cuenta de que en vez de haber ido a la ventana estaba al lado de la puerta, y que desde ahí era fácil llegar a la cabecera de la cama sin perturbar las hebras.

Acercándose en puntas de pie, empezó a soplarle el pelo. Las hebras se agitaron, y se oyó el entrechocar de los caireles de la araña.
- Vení- dijo en voz muy baja.
- !Oh no¡ dijo , alejándose. - Yo te hice la seña y vos no me contestaste.
- Vení, vení en seguida. Miró hacia la puerta. Respiraba penosamente, como si las hebras negras le estuvieran succionando la sangre. Se oyó todavía la nota cristalina de un cairel, y después el silencio de la siesta. Desde la casa de enfrente vino un silbido terrible, y desde abajo le contestaron con algo muy parecido a una ventosidad rectal.
- Le han rajado un pedo espléndido- dijo . En realidad se lo merece.
- Por favor vení. - pidió
. Me hace mal estar así esperándote, siento que me voy a morir, esta noche ¿quién te hace el asado? abrió los brazos, tomó impulso y saltó sobre la cama, barriendo las hebras con aletazo fabuloso. El estrépito de los caireles coincidió con el golpe de sus pies al tocar el suelo del otro lado de la cama y con el alarido de que se apretaba el vientre con las dos manos. Gritaba todavía de dolor cuando le cayó encima apretándola, hundiéndola, mordiéndola y éndola.
-Me duele muchísimo el ombligo?, alcanzó a decir , pero no la oía, completamente del otro lado de las palabras.

El aire olía cada vez más a Secotine, y la mosca verde planeaba en torno a la sacudida araña. Pedazos de hebras negras se retorcían como patas por todas partes, caían por los bordes de la cama, se entrecruzaban y rompían con menudos chasquidos. Tenía hebras en la boca, debajo de la nariz, otra se la enroscaba en el cuello, y movía casi inconscientemente las manos, mezclando caricias con manotazos para desprender las hebras que le salían por todos lados. Y todo eso duraba interminablemente, y la cornucopia estaba en el suelo rota en tres pedazos, uno más grande y dos casi iguales, como manda la divina proporción.



13 de febrero de 2004Grau Santos El cultural, El mundo Antes de terminar Rayuela, Julio Cortázar eliminó un capítulo completo, el 126.

No era uno cualquiera: como él mismo confesó, ¡Rayuela partió de estas páginas!. ¿Y por qué lo eliminó? No me había dado cuenta [...] que el final del libro, la noche de Horacio en el manicomio, se cumplía dentro de un simulacro equivalente al de este primer capítulo.Comprendí que debía eliminarlo, sobreponiéndome al amargo trago de retirar la base de todo el edificio. El capítulo perdido se publicó en la Revista Iberoamericana de la Universidad de Pittsburgh en 1973. Saúl Yurkievich y Julio Ortega lo recuperaron en su inencontrable edición de Rayuela (Ayacucho, 1980) sin las palabras preliminares de Cortázar, así como en el volumen 16 de la colección Archivos del CSIC (1991).

Visto y copiado de http://pensaduriasyhablamientos.wordpress.com

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Con su mismo endeudamiento

>> 16 de mayo de 2008

¡Qué querés que te diga!
Mis problemas de adaptación al siglo XXI van en aumento (y recién empieza)
¿No seré realmente un marciano?
¿Qué me pasa?
Que sigo sin entender algunas costumbres de los humanos.
No entiendo por ejemplo a los que compran y compran, gastan y gastan… y no saben si podrán pagar (en realidad me preocupan los que saben de antemano que no podrán pagar).
Sí… acá estoy otra vez transitando en sentido contrario por la autopista.
Acá voy otra vez a contramano en mi viejo camión tratando de convencerlos de que los que circulan mal son los diez mil autos que se me vienen encima.
Me estoy poniendo verde y se me paran las antenitas porque me duele, me alarma y me entristece el endeudamiento de los terrícolas.
Aclaremos… no me refiero al consumo de los países desarrollados que ahítos, llenos, desbordantes de euros o petróleo encuentran en las compras la mejor manera de vivir sus vidas.
Allá ellos.
Aclaremos… hablo de los muchachos –y no tan muchachos– de los países superarrollados que sin una moneda en sus bolsillos agujereados resuelven comprar sus plasmas, renovar sus computadoras, cambiar sus celulares y actualizar su vestuario.
¡Claro que tienen derecho!
Pero alguien debería avisarles que esas campañas de publicidad tan bien pensadas, tan estudiadas por expertos en comunicación y marketing no son para ellos.
Alguien debería avisarles que eso fue pensado para las sociedades donde las necesidades básicas están cubiertas.
Alguien debería avisarles que es inmoral que nos hagan creer que necesitamos comprar lo que ellos necesitan vender.
Alguien debería avisarles que esos tipos han dedicado millones de dólares para aprender a engañarnos y que siguen estudiando cómo estafarnos sin que nos demos cuenta.
Deberíamos avisarles en la escuela, cuando todavía son chicos; cuando aceptan ir a misa y vacunarse sin cuestionarlo, que intentarán violarlos ni bien sepan prender la tele.
¡Que los violarán, apenas lleguen al control remoto!
¡Que el marketing será la ropa que usarán hasta el día de su muerte (cajón y cementerio privado incluido)!
¡Deberíamos usar las escuelas para eso!
¡Deberíamos aflojarle un poco al germinador y a los números primos!
Eso me tiene mal, me pone verde y no me deja dormir.
Que hayamos permitido que naciera una generación que dedica su vida a “trabajar para pagar lo que debe”.
Mirá… en mi país hay agricultores, hay solidarios, hay sacerdotes, hay egoístas, hay deportistas, hay militares, hay empleados públicos y hay –desde hace pocos años– una generación que trabaja para pagar lo que debe.
Es que sin que lo advirtiéramos nos modificaron los valores más elementales, incluso nos cambiaron el significado de “comprar”.
Comprar es para muchas personas, más importante que rezar, gritar un gol, hacer el amor o elegir al presidente.
Por estos días se disfruta más parado frente al mostrador que hincado en la capilla, sentado atrás del arco o acostado en una cama.
¿Está claro lo que quiero decir?
Veamos un ejemplo:
“Comprar un televisor de plasma”
La frase de cinco palabras debería estar acentuada en el vocablo “plasma” o en todo caso en “televisor”.
¡Pero lleva acento en “comprar”!
Porque ese es el valor: ¡Comprarlo… y disfrutarlo hasta el día que ya te hayas acostumbrado a tenerlo!
Como un fetiche, el objeto vale más que las funciones que te ofrece.
Instrucciones para la compra:
1ero. Martes: elegirlo en la tanda del viejo televisor.
2do. Jueves: comentar la compra con los compañeros de trabajo.
3ro. Sábado: hablar de él en la reunión de amigos.
4to. Lunes: ir al comercio y señalárselo al vendedor.
5to. Domingo: llevarlo a casa y mostrárselo a familiares y amigos (como hacíamos cuando traíamos del hospital a nuestro nuevo hijo).
El encantamiento durará hasta el día en que en esa misma pantalla ofrezcan un modelo más nuevo. ¡Sí, el aparato se habrá devorado a sí mismo!
6to. Al cabo de unos meses debe reiniciarse el procedimiento.
(Válido para celulares, dvd, máquinas fotográficas, etc., etc.)
Entonces me pregunto con verde inocencia:
¿Qué cambio produce un aparato de estos en relación con el televisor que teníamos? ¿Cuánto ha mejorado nuestra vida al recibir una imagen más nítida y un mejor sonido? ¿Qué será lo que veremos mejor ahora?
¿Un teleteatro mexicano filmado en el dormitorio y en la cocina pero en pantalla plana?
¿Qué escucharemos ahora con absoluta fidelidad?
¿Un programa en el que cuatro degenerados cuentan la vida privada de las personas… pero en estereo?
De lo que estoy seguro es de que ahora estaré obligado a trabajar una hora más por día durante dos años para poder pagarlo.
¡Una hora por día por dos años!
Una hora sacada ya sabemos de dónde.
¿De qué hablamos?
¿De capitalismo versus comunismo?
¿Del consumo contra el ahorro?
¿Es que no nos damos cuenta de que este modelo está basado en el consumo y que si todos resolviéramos dejar de consumir, el mundo colapsaría porque el desempleo alcanzaría a la mitad de la población?
¿Qué proponemos?
¿Volver a las carencias de nuestra infancia para exorcizar los excesos de este siglo?
No, no estamos hablando de eso.
Lo que hacemos es preguntarnos por qué tenemos que pasar el límite de lo que podemos pagar con cosas que no necesitamos.
Me da mucha lástima ver como no llegan a fin de mes, aunque no sean mis hijos.
¿Por qué endeudarnos con tarjetas y préstamos si inexorablemente llegará el momento en que tengamos que pagar esa deuda?
¿Por qué empeñarte para tener ese ipod con capacidad para 30.000 temas?
¡30.000 canciones!
¿Cómo hacer para escucharlas antes de que lo cambies?
¿Cómo consumir las 100 horas de video que te ofrece?
¿Cuándo vas a ver las 150 películas que pudiste bajar en tu computadora?
¿Por qué bajar trescientas canciones por el celular, escuchar treinta y pagar tres?
Mirá…cuando yo era chico navidad era el 25 de diciembre y el pinito lo armábamos unos días antes.
¡Hoy los centros comerciales y los grandes supermercados dan por iniciada la temporada de caza…perdón…la navidad, en los primeros días de noviembre!
¡Y a endeudarse que se acaba el mundo!
¡Rápido, señor, se termina octubre y ahí está viniendo Papá Noel!
¡Aproveche ahora los créditos para las compras de navidad y empiece a pagar al desarmar el pinito!
¡Rápido, Papá Noel! Apúrese, gordito que en la vereda están esperando los reyes para enseñarnos los celulares que filman en cámara lenta!
¡Vaaaamos Melchor, no se me demore que tenemos que empezar con la liquidación de verano!
Por favor, Baltasar, Gaspar, no se me distraigan con el pasto de los camellos que se viene el Día del Niño, del Padre, de la Madre, de los Abuelos, de la Secretaria, de Pascuas, de la Maestra, del Amigo… ¡Están de vivos! ¡Se están riendo de nosotros atrás de un escritorio! Se agarran sus enormes barrigas. Las lágrimas caen por sus mejillas, resuenan las carcajadas, leen sus gráficas y se sientan en el suelo a reírse descaradamente de los imbéciles como nosotros que “no dejaremos que le falte nada a nuestros hijos”.
¡Inventaron esos días y nosotros los compramos todos!
Y de tan generosos que somos les pedimos más.
Y ellos nos dijeron: “No tenemos más festejos”.
Y nosotros les dijimos: “Sí… ¿y esos que alcanzamos a ver ahí?”.
Y ellos nos dijeron: “No, eso no es para ustedes”.
Y nosotros les dijimos: “No importa, los llevamos igual” y nos compramos festejos tan nuestros como San Patricio, Halloween, San Valentín y el Día de Acción de Gracias.
“Porque lo importante es tener”, nos dijeron
Y como nosotros somos de poca atención y mucho gerundio entendimos que lo importante es “estar teniendo”.
Lo importante no es lo que has consumido…lo importante es lo que estás consumiendo y más aun…lo que vas a consumir.
Nada de lo que tenemos ahora es mejor que lo que vendrá.
¿El mejor celular?
El que llegará.
¿La mejor computadora?
La que vendrá.
¿El mejor auto?
El que saldrá a la venta en un mes.
No hace mucho tiempo vivíamos permanentemente en el pasado.
“Todo tiempo pasado fue mejor”, nos dijeron.
Más adelante resolvimos vivir intensamente “el hoy”.
“No hay que tener ojos en la nuca, disfruta el ahora”, nos dijeron.
Desde que empezó este siglo hemos resuelto vivir en “lo que se viene”.
Porque será la mejor mujer la que llegará, y el mejor presidente el que no hemos votado, el mejor nueve el que no ha contratado nuestro equipo y la mejor vida la que nos preparamos a disfrutar el año que viene, cuando terminemos de pagar lo que debemos y podamos volver a comprar.
Con un poco de suerte –si existe la reencarnación– podrás comprarte otra vida y hacer en ella lo que no tuviste tiempo de hacer en ésta.
Claro… todo tendría algo de sentido si estuviéramos en condiciones de pagar lo que estamos consumiendo.
Pero resulta que la única capacidad intacta que nos va quedando es la de endeudarnos.
Porque el crédito a la producción es una víbora que se escabulle pero el crédito al consumo es una tortuga renga; ahí está, a la vuelta de cada mostrador, ofrecido indiscri¬minada e impúdicamente a cualquiera sin siquiera confirmar si el tipo tiene capacidad de pago.
Con avisos explosivos, letras grandes, colores y sonidos fuertes pero sin una sola línea de explicación del monto real de las tasas de interés y de los intereses moratorios.
Porque se parece mucho a la historia de aquel buen señor que preguntó a su joven esposa si se había casado con él por el capital.
–No, mi amor– le contestó. Me casé por los intereses.
Exactamente de eso se trata.
Ellos están interesados en los intereses.
Porque no nos venden electrodomésticos: nos venden dinero en cuotas.
“Sin entrega inicial”, “A sola firma”, “Aunque estés en el clearing”, “Cómodas cuotas mensuales”, “Solamente con el recibo de sueldo” son las frases de moda del incipiente siglo XXI.
Así que para poder continuar pagamos el mínimo de la tarjeta y comenzamos un nuevo endeudamiento.
Y sacamos otra tarjeta para pagar la anterior, y obtenemos un nuevo crédito y tapamos un hueco abriendo otro más grande, y aparecen los prestamistas, y llegamos al 30 por ciento mensual para intentar salir y caemos en un círculo cerrado (claro… si no fuera cerrado no sería círculo)
Y de a poquito nos vamos avivando de que consumir es el negocio de todos… menos del que consume.
Los bancos cobran 140 dólares por cada 100 que te dan y apenas terminaste con un préstamo los muy desgraciados te llaman a tu casa para ofrecerte otro y si no pudiste pagar el anterior te prestan más para que puedas hacerlo.
Esto se llama generosidad… y reprogramación de deudas; pedir un préstamo barato para pagar el otro y entrar en un laberinto de terror del que solo saldrás si consigues un nuevo empleo que te aleje un poco más de la vida y te acerque un poco más a los bancos.
Y si el gerente del banco se distrajera, el sistema tiene previstas otras ingeniosas maneras de atenderte sin que tengas que sacar número: puedes empeñar tus joyas, puedes malvender los electrodomésticos que no pagaste, puedes hipotecar tu casa, puedes venderla.
Y como si todo eso no alcanzara, hemos abandonado la cultura del ahorro con la que nos educaron.
No solamente por cambiar el auto o comprar el mp3; es mucho más que eso.
La cultura del ahorro no implicaba únicamente colocar monedas en una alcancía con forma de cerdo, incluía apagar la luz de la habitación de la que salíamos, cerrar la canilla cuando el cepillo de dientes estaba en la boca, usar botas de goma para no romper el calzado los días de lluvia o no servirnos en el vaso más de lo que íbamos a tomar.
Hoy gastamos una llamada para pedir a “informes” el número que no tenemos ganas de buscar en guía, subimos al auto para ir al supermercado de la esquina, llamamos el ascensor para bajar un piso, avisamos por celular que estamos llegando.
Porque ahorrar no es solamente no comprar lo que no necesitamos.
Así está el mundo amigos, con niños cuidados por empleadas, tías y abuelos o llevados al depósit… a guarderías cuando aún no han cumplido los cinco meses.
Con padres ignorando que viven en sociedad, sin destinar un solo minuto de su tiempo para una tarea comunitaria.
Así está el mundo amigos, quejándose por mensajes de texto a los programas de radio.
Y acá estamos nosotros… endeudándonos una vez más para intentar salir, para poder entrar, porque queremos salir otra vez… a ver si podemos volver a entrar.Me dan pena, me dan mucha lástima.
Todos me dan lástima.
Incluso un pelado medio verde que alcanzo a ver ahora mismo –reflejado en un vidrio– escribiendo en una notebook con pantalla táctil.

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Vos porque no tenés hijos

>> 6 de mayo de 2008

(Esta nota salió en crítica digital el 05/05/08)

Padres: la responsabilidad es de ustedes. Son ustedes quienes no saben decir no. Tampoco saben decir sí. Y no tienen idea de por qué decir sí o por qué decir no.
Sin embargo, están tan enceguecidos con el mandato milenario de la santidad de la maternidad y la paternidad que nunca se van a hacer cargo. De acuerdo, a muchos de ustedes casi lo único que les pasó en la vida es ser madre o padre. (Al menos es lo que se puede colegir de las conversaciones de cumpleaños de gente de mi edad: aviso, no me inviten a cumpleaños de gente de mi edad, no pienso soportar una conversación más sobre cuotas de colegio, color y consistencia de la caquita mañanera o precios y marcas de óleo calcáreo.) Pero ¿vieron a sus hijos?; ¿los vieron como los vemos todos los que no somos padres de sus hijos?; ¿no les dan un poco de vergüenza? De acuerdo, no lo confiesen pero ¿no les dan un poco de vergüenza a veces? Bueno, debería.
Todos esos chicos que se revientan a navajazos, todas esas nenas que tienen como único norte cantar las canciones de Patito feo y mostrar lascivamente tetitas que no tienen, todos esos nenes discriminadores, groseros, brutos, sobreinformados de la nada, maleducados: son su obra. No es la televisión, no son las maestras, no es Cristina. Son ustedes.
Padres y madres argentinos que no saben serlo, que se quedan cortos de autoridad y largos de desconcierto. Son ustedes.
Los padres. Que no son los reyes. Los reyes son los nenes y hacen lo que se les canta y nosotros, que no tenemos hijos por decisión propia, no queremos ser sus súbditos.
Hay una edad –que pasé hace un tiempo– en que uno no es padre. Así, sencillamente. Uno viene siendo un joven, pasa a ser un adulto y ahí ya tiene que explicar que no, que no tiene hijos. Que no es padre. Quienes no tienen padres son huérfanos. Quienes no tienen hijos no tienen nombre. No tenemos nombre. No hay nombre para designar a aquellas personas que, llegadas a la edad en que la que podrían serlo, no son padres. ¿Por qué? Parece que a algunas mayorías les resulta difícil aceptar que algunos no queremos ser padres o madres. Que pensamos que es un trabajo para el que no estamos capacitados, que el mundo continuará andando porque la cosecha de hombres y mujeres nunca se acaba, pero que nosotros, mejor, contribuimos de otra manera. Sin embargo, está lleno de padres por default. Son mayoría. No los que se cuestionaron para qué traer –más allá del egoísmo de sentirse alguien– una persona a este mundo que todo el tiempo está avisándote que no necesita a nadie más, sino quienes ni se plantean que están fabricando más gente de la que el planeta quiere soportar. La naturaleza, que tanto pregonan, no sabe cómo hacer para decirles que basta, que hay que parar de tener hijos por dos años.
Están convencidos de que son moralmente mejores por haber traído esos delincuentes juveniles a este mundo.
Sean las retenciones, la legalización de la marihuana, la violencia en el fútbol o las peleítas mediáticas del momento, nunca falta el superhombre o la supermujer que amonesta: “Vos porque no tenés hijos”. Una descalificación que te deja afuera de cualquier discusión y que se basa en la creencia chunga de que para ser un ser humano completo hay que dejar descendencia bípeda.
Ya está, ya le dieron al mundo un vástago: cumplieron. Y desde esa maternal/paternal superioridad te quieren hacer sentir un obtuso.
Nadie los preparó para asumir la tarea en la que pierden sus mejores años: en general les sale mal, les tiran sus traumas a los chicos, los hacen competir carreras personales, no los tienen en cuenta, los muestran como toros campeones en una exposición y, horror, los padres que son músicos, les escriben a sus hijos canciones horribles que después todos tenemos que escuchar por la radio.
Y se convierten en personas mezquinas y poco solidarias: tienen que pensar en su familia, en sus hijos. Hacerlo “por los hijos” justifica cualquier agachada: “No puedo hacer paro, tengo hijos”. “Te tuve que deschavar, tengo hijos”.
“No, yo no puedo, tengo hijos”. ¿Y yo qué culpa tengo? ¿Por qué trasladan la responsabilidad a todo el grupo? ¿Quién te obligó a convertirte en padre, a no ser tu propia falta de objetivos mejores?
No se consideran completos sino tienen hijos, pero después los tienen y no saben para qué.
No saben educarlos ni prepararlos para casi nada.
No saben ganarse su respeto y, muchas veces, ni siquiera su cariño.
Paren de tener hijos por dos años. Van a ver que se pone bueno. Te lo digo yo, que no tengo hijos.

Tanto jodió esta nota que, al día siguiente se publicó ésta otra:

Los padres perfectos

Se aceptan las reglas inherentes al medio: el comment de internet es anónimo, instantáneo y, como tal, tiene más que ver con la descarga inmediata de la emoción –sin intermediarios– que con una razonada intervención con argumentos de peso. Se acepta también que fue una decisión consciente el uso del descaro de parte del autor (que vengo a ser yo) de la contratapa del diario de ayer, “Vos porque no tenés hijos”. Sí, quise que hubiera esto que hubo y que suena tan estimulante. Padres y no padres en discusión sobre modos y modales de educación. Enojadísimos algunos –sí, se les va la vida en ello–, más relajados otros.
En el termómetro habitual de www.criticadigital.com los lectores decidieron que querían decir alguna cosa sobre mi patada de ayer.
Bien, debatamos, que no es menor. Es no sólo el futuro sino también el presente.
Se me acusa de generalizar. La verdad, no. Digo que “está lleno de padres por default. Son mayoría”. Bien, ahí queda claro que no generalizo. Que me refiero a quienes considero –sí, claro, arbitrariamente y sobre la base de cuatro datos que observo y nada más– padres por default. Se llenó la página de maravillosos padres que defienden a sus maravillosos hijos y que hablan de la decisión con la que encararon el momento de tener un vástago y la responsabilidad y el compromiso de tener una boca que alimentar y una vida que encarrilar. De acuerdo, es claro que ustedes no son padres por default. También es claro que no aprobaron comprensión de texto.
No sé si hablo desde el resentimiento como tantos se han animado a afirmar. Me alegra que me conozcan tanto, pero no sé. Si un resentido es alguien que re-siente, que siente dos veces, no me molesta. Pero no sé por qué sería un re-sentido en este caso. ¿Por qué será que los padres (sí, dale, algunos padres) no aceptan que no querer tener hijos es nada más que eso, no querer? No hay resentimiento, no hay nada.
Esa imposibilidad de entender al otro es lo que suena grave. Vuelvo a leer lo que escribí por si me perdí algo. Sigo sin encontrar el odio que me han achacado; ¿dónde el odio?
A ver, ¿hay chicos que se revientan a navajazos en las escuelas? ¿Hay nenitas sobreexcitadas que reciben el aplauso de sus padres por copiar modos y posturas de gatos televisivos? ¿Hay nenes brutos, maleducados, discriminadores y groseros? Bueno, yo los veo. A diario.
Sin embargo, si digo que existen, me mueve el odio. ¿Por qué? ¿Será que uso anteojos que me hacen ver todo eso horrible donde en realidad sólo hay maravillosos querubines cuestionadores pero respetuosos, divertidos e inteligentes? ¿Veo eso porque me mueve el odio y el resentimiento? ¿O el odio y el resentimiento se desprenderán del hecho de que no me conmueve que tengan doce años y ya sean insoportables?
Alguien habla de una discusión estéril. Es paradójico, si la discusión le parece estéril, ¿para qué participa? ¡Para decir que es estéril!
Soy, en general, políticamente correcto. Creo que todo lo que nos rodea es tan incorrecto que no me causan gracia la discriminación, el ninguneo, la glorificación de la ignorancia. Sin embargo, el texto en cuestión es políticamente incorrecto. No es casualidad. Hay algo que no permite hablar de la maravillosa relación progenitor/hijo en términos no encomiásticos. Es sagrada. Al sacralizarla se destruye la posibilidad de la discusión. Y eso es autoritarismo.
Algunas cuestiones personales que se mencionan en los comments no serán tema de discusión aquí porque, por suerte, lo que se debate es mucho más importante de lo que me haya llevado a pensar esto.
Lo último: la próxima vez que vayas a decir: “Vos porque no tenés hijos”, pensalo dos veces. Gracias.

Sólo algunos de los 200 mensajes recibidos en la página

* María: -Nunca me gustaron las generalizaciones, y creo que las estás haciendo desde el pedestal en el que creés estar por ser periodista y tener a tu disposición unas líneas para expresar tus ideas. Pero debés saber que una cosa es poner como escudo y excusa a tus hijos y otra muy distinta mirarte el ombligo toda la vida, con la acidez y el sabor amargo a no tener –aún– asumida la decisión de no ser padre.

* Bárbara (35): –¡Qué suerte que tipos como vos deciden no tener hijos!

* Leonardo (39): –Muy buena la nota de Bazán. Comparto casi el 100% –para no exagerar. Algunas cosas se podrían incluso parodiar en mayor medida, pero así está bien. Debo aclarar, aunque me molesta hacerlo, porque caigo en la absurda división humano con hijo/humano sin hijo, que ridiculiza la nota, que sí tengo hijos. Y que eso no me impide suscribir lo sostenido en la nota, porque sucede tal cual allí se narra.

* Soledad Míguez (25):
–Bazán, simplemente, impecable. Dijiste todo lo que muchos pensamos y en nuestros círculos expresamos, gracias por subir la voz para que te escuchen. Si al menos a uno hicieron reflexionar estas palabras, se logró el cometido.

* Silvina (39):
–Coincido con alguien que dijo que hablás desde el resentimiento. Si quisiste ser gracioso, a mí no me causaste gracia. Soy mamá de un nene de siete años. O sea: opino porque tengo un hijo. No me gustó para nada. Saludos.

* PM (30): –¡¡¡Grande, Bazán!!! ¡¡¡Adoptame!!!

* Gustavo (28): –Me pareció resentida, llena de estupideces. Tengo dos hijos hermosos y tuve un padre fantástico, me parece que a vos te faltó. Jorge Lanata, no sé cómo dejaste publicar esta nota patética, me asombra.

* Clau:
–Excelente lo que planteás, es así, tal cual, yo tengo una hija de 18 años, y fui maestra muchos años. Lo que decís lo vi durante todos los años de docencia, y lo sufrí también, y como madre también lo viví junto a mi hija y sus compañeros/amigos, además de verlo cotidianamente en la calle.

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Cuasi carta cuasi abierta a la señora Cuasi

>> 4 de abril de 2008

Señora presidenta –¿o debería decir cuasi presidenta?–: en estos días le debe escribir mucha gente. Se ve que con esto de que habla tanto hay quienes quieren contestarle y, claro, no es tan fácil. Así que disculpemé si la molesto. No era mi intención. Y le juro que yo al Padrino sólo lo he visto en la pantalla.
La escuché con mucha atención esta semana y por momentos me confundieron algunas cosas que dijo, porque me pareció que también decía lo contrario: no entendí, por ejemplo, cuando habló mucho de la historia y los setentas y el golpe y los crímenes pero después dijo que no importa de dónde venimos sino hacia dónde vamos. O cuando dijo que el peronismo nunca había impulsado la lucha de los pobres contra los ricos y después no dijo qué hacía con una tal Eva Duarte. Y mejor no contarle cómo me enfurruño cuando la escucho hablar de los derechos humanos como si nadie o cuasi nadie más hubiera hecho nada, ni del simplismo de que no apoyar sus medidas equivalga a ser un golpista antipatria oligarca pampeano.
Pero lo que realmente me mató fue cuando dijo que el dibujo de Menchi Sábat era un “mensaje cuasi mafioso”. Le juro que le di vueltas, señora: ¿Cómo es ser cuasi mafioso? ¿Es como ser un poco virgen? ¿Ligeramente muerto? ¿Bastante robado? Primero no lo entendí, después lo detesté: señora, detesté ese cuasi.
Cuasi es una palabra particular –como lo son todas las palabras. Cuasi viene del lenguaje leguleyo, es lo que se solía llamar un latinajo, una palabra que marca diferencias entre los cultos y los incultos: usted podría haber dicho casi pero dijo cuasi, para hacer juego con la presentación que le hace el locutor: la doctora Cristina Fernández, todo eso. Es su estilo: algunas referencias populares pero que nadie se olvide de que es una abogada, faltaba más. Me dirá que eso no importa mucho, y yo le diré que es cierto, que cuasi no importa. Pero el tema es que usted no dijo cuasirrefleja, cuasi concluido, cuasimodo, cuasi cuasi: dijo cuasi mafioso, señora, lo llamó cuasi mafioso. Dijo algo muy pesado, y pensó que lo iba a aminorar con ese cuasi.
Si tiene que decir algo, señora cuasi presidenta, ¿por qué no lo dice de verdad, haciéndose cargo? Porque al final igual lo dice, claro, todos lo escuchamos –porque a usted, cuando habla, todos debemos escucharla, al fin y al cabo por voluntad electoral usted tiene el micrófono más grande–, pero lo dice como si lo dijera un poco menos. Lo dice pero le dará miedito o vergüenza o vaya a saber qué y lo dice más o menos, lo cuasi dice.
Y me da la impresión de que ahí hay una clave. Así hablan muchos argentinos, y así funciona mucho en su gobierno. No quieren decir lo que quieren decir o quieren decir lo que no quieren decir o tienen miedo de que no los entiendan o tienen miedo de que los entiendan y entonces cuasi dicen. Pero lo peor es que cuasi hacen: hacen pero no terminan de hacer, o hacen distinto.
A veces me cuasi gusta lo que usted cuasi dice, señora. Cuando dice que va a redistribuir, por ejemplo. Pero cuando dice que estas medidas económicas que le trajeron tantos problemas son redistributivas, ¿no debería decir cuasi redistributivas? Digo, porque hasta ahora se ve que, de la supuesta redistribución, ustedes hacen o intentan hacer la primera parte, recaudar el dinero; todos le creeríamos mucho más –o cuasi le creeríamos– si viéramos más clara la segunda parte: que usen ese dinero para cumplir con las necesidades urgentes de tantos argentinos, en lugar de sentarse encima y acumular poderes.
Pero no hablábamos de eso, hablábamos de cuasi. Usted acusó al Menchi Sábat de haberle mandado un mensaje cuasi mafioso. ¿O será que acusó a Clarín? Si quiere pelearse con uno de los mayores grupos monopólicos de la patria, que maneja como pocos las ideas e ideologías de los argentinos, señora cuasi, avise y vamos todos. Pero no parece, porque con ellos hace negocios, les ofrece prebendas. Así que el cuasi mafioso será Sábat, y entonces no: no nos toque al Menchi, mire vea, uno de los tipos más íntegros y respetados y queridos que hay en este país. Se equivocó, señora cuasi: se cuasi metió con el que no debía. Y hubiera sido más digno si, por lo menos, se hubiera metido de frente, sin el cuasi.

Cuasi respetuosamente,


Martín Caparrós
Extraído de Crítica Digital del día 3-04-08
http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=1660

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Sólo un experto

>> 24 de marzo de 2008

Sólo un experto puede hacerse cargo de un problema. Porque la mitad del problema es darse cuenta del problema. Y sólo un experto puede hacerse cargo del problema.
Así que si no hay ningún experto haciéndose cargo del problema, entonces en realidad es un problema doble. Porque sólo un experto puede hacerse cargo del problema.
En los Estados Unidos nos gustan las soluciones. Nos gustan las soluciones a los problemas. Y hay tantas compañías que ofrecen soluciones. Compañías con nombres como La Solución de las Mascotas, La Solución Capilar, La Solución a la Deuda, La Solución Mundial, La Solución del Sushi.
La solución a la Deuda... ahora bien, sólo un experto puede ver que ahí hay un problema. Y estas compañías son expertos listos para resolver estos problemas. Porque sólo un experto puede hacerse cargo del problema.
Ahora bien, digamos que te invitan al programa de Oprah y no tenés un problema, pero querés ir al programa y por lo tanto necesitás un problema. Pero si no sos un experto en problemas probablemente no logres inventar un problema creíble. Así que probablemente te descubran. Vas a quedar expuesto, vas a tener que agachar la cabeza y rogar por el perdón del público. Porque sólo un experto puede ver que hay un problema. Y sólo un experto puede hacerse cargo de un problema.
Y en esos programas tratan de solucionar tus problemas, y la gran pregunta siempre es: cómo puedo controlar. Cómo puedo tomar el control. Pero, no te olvides, ésta es una pregunta para el televidente común y corriente, para la persona que ve programas sobre gente con problemas, la persona que es uno del 60 por ciento de la población de los EE.UU. que está a 1.3 semana, a 1.3 recibo de sueldo de la indigencia. En otras palabras: una persona con problemas.
Así que los expertos dicen vayamos a la raíz del problema, tomemos el control del problema, porque si tomás el control del problema, podés resolver el problema. Muy seguido pasa que esto no funciona para nada porque la situación está fuera de control.
Entonces, ¿quiénes son estos expertos? Bien, los expertos normalmente son gente autodesignada, o funcionarios electos, o gente con habilidad en las técnicas de ventas, entrenados o autoeducados para focalizarse en las cosas que pueden identificarse como problemas. Pero un experto es alguien que estudia el problema y trata de resolver el problema. El experto es alguien que contrata un seguro por mala praxis. Porque muy a menudo la solución se transforma en el problema.
Y a veces los expertos buscan armas. Y a veces los expertos buscan armas por todas partes. Y a veces cuando no encuentran ningun arma, a veces otros expertos dicen: si no encontramos ningún arma eso no quiere decir que no haya armas. Y otros expertos que buscan armas encuentran cosas como líquidos de limpieza y barras de heladeras y pequeños imanes. Y dicen: estos pueden parecerte objetos comunes pero en nuestra opinión podrían ser armas. O podrían ser usados para hacer armas. O podrían ser usados para embalar armas. O podrían ser usados para almacenar armas. Porque sólo un experto puede ver que podrían ser armas. Y sólo un experto puede hacerse cargo de las armas. Y sólo un experto puede hacerse cargo de los problemas.
Sabés, a veces hace mucho pero mucho mucho mucho mucho calor y parece que enero es julio o hay más nieve y enormes olas están barriendo las ciudades y hay huracanes en todas partes y todo el mundo sabe que eso es un problema. Pero si algunos expertos dicen que no es un problema y si otros expertos afirman que no es un problema o explican por qué no es un problema, entonces, simplemente, no es un problema.
Pero cuando un experto dice que es un problema y hace una película sobre el problema y gana un Oscar por el problema, entonces todos los otros expertos tienen que aceptar que, quizás, es un problema.
Y aún cuando un país puede invadir otro país y desvastarlo, y llevarlo a la ruina, y fomentar el caos y la guerra civil y los refugiados en ese país, si los expertos dicen que no es un problema y todos están de acuerdo en que ellos son expertos y buenos en el momento de solucionar problemas, entonces invadir esos países simplemente no-es-un-problema.
Y si un país tortura a la gente y retiene a los ciudadanos sin acusación o juicio y erige tribunales militares, esto tampoco es un problema. A menos que haya un experto que diga que eso es el comienzo... de un problema.
Porque ver el problema es la mitad del problema. Y sólo un experto puede hacerse cargo del problema. Sólo un experto puede hacerse cargo del problema.


(Extraído de Página 12 el 23-03-08)

"Solo un experto" es el poema que Laurie Anderson leyó el martes pasado en el teatro St.Ann's Warehouse de Brooklyn, durante Speak Up, un concierto a beneficio de las organizaciones Irak Veterans Against the War y United for Peace and Justice, en el 5to.aniversario del comienzo de la guerra contra Irak. Del mismo participaron Lou Reed, Antony, Scissor Sister, David Byrne, Moby, Damien Rice y Norah Jones, entre otros.

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La Cita

>> 29 de enero de 2008

Estaba en Ramos Mejía, en mi casa natal. En Plaza Once me esperaba Sonia. Tal vez, yo no la amara. Pero ella me amaba a mí. Una lucecita en una oscuridad cerrada. El amor me tocaba. Bueno, no, no me tocaba, pero, al menos me rozaba. Eso ya era algo.
Distinguí una carita triangular. Ojos abiertos, redondos. El morro negro, las orejas negras, el resto de la cara blanco. Luna, mi gata. Me alegré, realmente, me alegré. Aunque con sordina. Estaba anestesiado. Ella ronroneaba. Comencé a caminar hacia la estación de trenes, ella venía a mi lado. De pronto no la vi más. Fue entonces cuando percibí la angustia por primera vez. Era como una fogata, leños ardiendo en mi estómago. Lo único colorido en un paisaje gris, desesperanzado.
Yo caminaba por Siberia. Caminaba lentamente para no avivar el fuego en mi vientre. Carlitos cantaba “los lobos aúllan de hambre, no cantes que Olga no vuelve”. ¿Hay algo más horrible que la combinación de una sabana nevada y una canción lamentosa?
En medio de la soledad mi padre se alzaba, gigantesco.
—Padre, perdóname. —le rogué.
—¿Estás dispuesto a corregir tu pecado? —rugió.
Yo, desde muy abajo, distinguía su entrecejo.
—Sí —grité—, haré lo que sea.
—Entonces —respondió la voz tonante. Y su boca emitió palabras con fuerza. Sus labios se movían, su entrecejo se cerraba aún más. De él partían relámpagos que recorrían el cielo. Pero yo no oía, porque se hizo el silencio más atroz.
Percibí un movimiento, mi dulce gata caminaba por allá abajo, cerca de mis pies.
Me encontré, de pronto, en la estación Floresta, del ferrocarril que lleva a Once. Estaba relativamente cerca, pero tan lejos, tan lejos.
"El amor es una mujer que me espera en Plaza Once."
No había más trenes. O sí, había, pero no se movían. El universo no quería que yo llegara a la cita.
La mayor parte del tiempo la angustia era sorda, omnipresente.
Yo caminaba, me pesaban las piernas, los pies. Iba hacia la avenida Rivadavia. Tal vez pasaran por allí vehículos en dirección a Plaza Once.
"Si tan sólo pudiera llegar."
Me crucé con mi gata, que venía en sentido contrario al que yo llevaba. Venía atenta a algo, un ratón invisible, quizá. La llamé, le grité, pero mis palabras se perdieron en un silencio atroz. Mis labios, mi lengua, mi pecho se movían con energía. El universo estaba en silencio. Y mi silencio era silencio dentro del silencio. Otra vez solo.
"Al fin de cuentas, creo que no es tanto pedir llegar a Plaza Once."
Seguí caminando. Me pesaban los hombros. Me encontré en un barrio de casas bajas y pobres. Arriba un cielo enorme y desesperado. Mientras me arrastraba usandocodos y rodillas algo me dio esperanza. En la esquina estaba Luna. Me puse de pie. Ella me recorrió haciendo jirones mi ropa, sus uñas me laceraban. Llegó a mi hombro. Percibí su cabecita cerca de mi oreja. Y esta vez no ganó el silencio. Me llegó nítida la voz de mi gata, de mi madre:
—Tu pecado es haber nacido.

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LIV

>> 23 de enero de 2008

Ahí estabas,audaz, brillante...
Y un día me sorprendo
llamándote sin nada
para decirte,
sólo esta sensación de calor,
de sequedad
y el deseo casi físico
de tu aliento.

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Cuando me veas deprimido...

Cuando me veas deprimido, ansioso, malhumorado,
todo lo que tienes que hacer es quitarte la ropa,
y entonces brilla el sol y se revela el secreto:
que somos carne y respiramos y estamos
cerca uno del otro.
Tu desnudez me vuelve invulnerable.
La lógica podrida, el corazón
borroso, las gangrenadas tardes se curan
con la simetría perfecta de tus brazos y piernas.
Extendidos forman un círculo eterno, sendas
hacia una playa sola, la rúbrica de un Dios.
Todo lo que no eres tú, todo lo que no soy yo
deja de tener importancia: el dolor,el sin
sentido, el asco, son nimiedades
que nada tienen que ver con la vida.
Cuando me veas agonizante, quítate la ropa.
Aunque estuviera muerto resucitaría.

Notita: Creo que llegué a conocer este poema por una frase de Frank O'Hara "all you have to do is take your clothes off" que usaba a menudo.

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Me compré un gimnasio portátil

>> 10 de enero de 2008

Le explico señor… ¿Usted sabe lo que me trae complicaciones a mí?
El verano, señor.
En el resto me las arreglo bastante bien.
Le estoy hablando de mi cuerpo.
¿Sabe qué me pasa, señor?
Que de marzo para acá, la única persona que me ve con poca ropa es mi mujer, entonces me achancho porque no tengo que dar examen delante de nadie.
Pero se me viene el verano arriba.
Y hay que empezar a sacarse la ropita públicamente.
¿Me sigue, señor?
Hay que arrancar con los “strip tease” junto a la sombrilla sabiendo que siempre alguien mira para ver qué aparece cuando desaparece la remera.
Todo lo que estuve escondiendo durante un año entero lo tengo que mostrar en un solo día.
Por eso señor, el momento clave de esta época, el momento bisagra, el momento en que mi vida hace clic… es cuando me saco la ropa para ducharme.
Allí veo mi humanidad de cuerpo entero.
Allí estoy.
Parado frente a mí mismo.
¿Y qué descubro, señor?
Que me falta donde tiene que sobrar y me sobra donde no debe haber nada.
Mire… empiezo de abajo.
¿Los pies? …blancos, completamente blancos, como con talco. Dedos largos que no han visto el sol en todo un invierno y que parecen diez mejillones sin cáscara. Mire…me recuerdan a los dedos que asomaban desde adentro de las “skipis” en mi niñez.
¿Tobillos? Flacos, huesudos y sin gracia.
Las piernas apenas si se alcanzan a ver detrás de los pelos.
Las rodillas… dos grandes huevos de ñandú, pero verdosos.
A los cuádriceps, por más que los busco, no consigo encontrarlos por ningún lado, pienso que se me deben de haber caído el otro día cuando le pasaba Jane al techo.
Sigo subiendo… pero voy a puentear las partes que no tengo que mostrar en la playa.
Llego al sector más complicado y desagradable de mi cuerpo: el abdomen, aledaños y zonas de influencia.
Cuánto más lo miro más recuerdo el galponcito de guardar las cosas viejas.
Es como la despensa donde los objetos descansan un tiempo antes de dejárselos al basurero.
Es como la pieza donde amontonamos los cachivaches.
Es el placard que guarda porquerías y que nos cuidamos de que nunca lo vean las visitas, es… ¡Lo que tengo que mostrar el próximo verano cuando pasee mi figura por las doradas arenas!
Visto de frente mi abdomen me recordó a Piazzolla.
Al bandoneón de Piazzolla.
Musicalmente hablando es como si una especie de fuelle a medio abrir avanzara y cayera hacia la zona de la orquesta donde está el órgano.
De cualquier manera no me impresioné mucho, porque al estar de frente pierdo la noción de profundidad.
Eso sí, si al nacer la partera hubiera tenido el mismo problema de ahora para encontrarme el ombligo, creo que nunca me hubieran despegado de mi madre.
Cuando giré y me puse de perfil tuve que alejarme del espejo para que entrara todo de una sola vez.
¿Qué he estado guardando todo este tiempo en la piecita?
¿Cómo pude distraerme guardando tantos casilleros de cerveza y tantas tiras de asado en el galponcito?
Para embarazo de seis meses me resultaba bastante caído, para hinchazón demasiado permanente y para músculo mal ubicado y poco consistente.
Respiré hondo, hundí la barriga y por unos segundos recuperé la figura que pretendía. En eso escuché a mi mujer.
–¿Por qué demorás tanto en el bañooooo? ¿Te pasó algo?–gritó la santa de mi esposa. Al largar el aire para contestarle me salió una especie de suspiro, jadeo y desinfle lentón.
–¿Qué estás haciendo ahí adentro que demorás tanto? –preguntó. –¿Te estás quejando? ¿Por qué te quejáááás? ¿Estás solo, no?
Todo lo que me sobraba en la barriga, señor, me faltaba en los brazos.
¡¿Cómo hice para distribuir tan mal mis interiores?!
¡¿Cómo no guardé ni un raviol para ponerme en los bíceps? ¿Una albóndiga? ¿Una miserable gelatina de manzana verde?
Algunas partes pasaban, pero había zonas que no tenían arreglo.
Lo más preocupante seguía siendo la parte del bandoneón, porque además de la zona frontal, un par de gaitas colgaban a mis costados.
No, así no puedo ir a la playa.
Y en vez de gastarme la plata haciendo el ridículo en un gimnasio, pensé en sacar en cuotas un aparato de esos que te hacen de todo.
Y ahí señor, tomé la decisión y me compré el gimnasio portátil con caminador, pesas, abdominales y todos los chiches.
El primer problema fue elegir un lugar donde colocarlo porque era un aparato bastante desproporcionado. Era como tener un pino de navidad todo el año.
Tres pinos de navidad.
Y el buey del pesebre.
Lo tuve que armar en el living comedor, junto a la puerta de entrada, porque además del espacio que ocupa se necesitan algunos metros alrededor, para los movimientos.
Ese día mi mujer había ido al supermercado, así que aproveché para que me lo armaran cuando no estaba. Molestaba algo para entrar porque era necesario agacharse y ponerse de costado para pasar por dentro de él e ingresar a la casa.
Cuando llegó mi mujer golpeó la puerta con el pie porque venía cargada de bolsas y no podía abrir. Abrí lo que pude, porque el aparato pegaba contra la puerta. La santa quedó algo atracada por las bolsas y después tuvo que ponerse en cuatro patas para poder entrar. Yo la cinché de este lado por un brazo y ella me cinchó de la bolsa de los huevos y de las papas.
Lo que dijo mi esposa respecto al aparato es un tema privado y familiar que a usted no le interesa señor. Lo que dijo de mi madre, de mi hermana, de mi cuñado y del coeficiente intelectual de nuestra familia no tiene por qué saberlo, señor.
Y nos quiso echar a los dos.
Al aparato y a mí.
Como vio que era imposible moverlo, por lo menos hasta que yo hiciera un poco de músculos y pudiera arrastrarlo, me permitió quedármelo.
Para no molestar mucho arreglé para usarlo cuando todos estuvieran durmiendo.
El primer día puse el despertador a las cuatro de la mañana.
Mi hija más chica, la que estudia en colegios privados gritó desde su dormitorio:
–¡Gordooooo! ¡Gordo barriga de aguavivaaa! Dejá dormir y andá a hacer abdominales a la repu…- y calculo que iba a decir “a la República Argentina”, que es donde la molestaría menos.
Enseguida se escuchó la voz de mi hijo varón al que también le pagué los mejores colegios:
-¡¡Cheeee, hinchado al medio, pamplona con tiradores, aflojale a la cazuela y dejá dormir a la gente normal! ¡Rulo roto!– o algo así
Cuando vi que mi mujer agarraba un florero de la mesa de luz, calculé que no estaba por cambiar las flores así que apagué la portátil y decidí seguir durmiendo.
El domingo quedé solo y aproveché a debutar con el aparato.
Si bien no conseguí levantar ni una sola pesa, por lo menos pude ver el manual y más o menos alcancé a entender cómo es que debería funcionar en caso de que el usuario no fuera yo.
A la semana siguiente sólo me le acerqué para pasar por dentro de él cuando iba al trabajo, lo que me agregó un movimiento interesante de cintura bastante parecido a un abdominal ¿Me sigue señor?
De a poco fui advirtiendo que ese aparato no había sido hecho pensando en mí.
Sigo sin poder levantar una sola pesa.
Yo veo en la tele como unos tipos desnudos y lustrosos usan el caminador. Veo que empiezan caminando y enseguida están corriendo a gran velocidad y transpiran mientras el pecho y el abdomen les brillan.
A mí me parece que al mío me lo vendieron frenado, porque no consigo que la cinta gire.
Busqué pero no pude encontrar el freno.
Resolví apoyarme con todo y correr con muchísima fuerza.
Me reventé la frente contra los fierros que cuelgan adelante.
Hay una pieza que es para levantar con los pies, pero mis pies apenas si pueden levantar el champión, señor.
Probé descalzo para ver si descontando el peso del calzado lo movía.
Nada, señor.
Al cabo de un mes me miré nuevamente de cuerpo entero al espejo.
La situación se había complicado aún más.
Ahora al mirar para abajo, el bandoneón no me permitía divisar al órgano.
El aparato empezó a molestarme a mí también e incluso dos veces me pareció que se reía cuando pasaba cerca de él.
Un día utilicé la parte de hacer brazos que se parece a una percha para colgar la camisa y la campera, otro día le saqué la cinta caminadora y se la regalé a mi cuñado que tiene un almacencito y que siempre quiso tener una cinta de esas para que le pasen los boniatos y las tangerinas como en lo supermercados.
Uno de los asientos me lo pidió mi hijo para la moto.
La cadena de las pesas se la llevó mi hija para atar la bicicleta y mi mujer empezó a colocar macetas en los asientos e incluso colgó unas enredaderas desde arriba que quedaron bastante bien.
Mire señor, estas tres cajas que le traigo son lo que me quedó del aparato adelgazador que usted tan gentilmente me vendió.
¿Se acuerda que cuando me lo vendió me entregó también un frasquito con vaselina para pasarle a los cromados?
Bueno…como yo no estoy usando el aparato y no tengo dónde ubicarlo, se lo vengo a devolver con una idea bastante precisa de dónde podría meterlo en caso de que tenga poco lugar.
Acá tiene la vaselina, señor.

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