Amor, cuando te digan que te olvidé, y aun cuando sea yo quien lo dice, cuando yo te lo diga, no me creas, quién y cómo podrían cortarte de mi pecho?

Con su mismo endeudamiento

>> 16 de mayo de 2008

¡Qué querés que te diga!
Mis problemas de adaptación al siglo XXI van en aumento (y recién empieza)
¿No seré realmente un marciano?
¿Qué me pasa?
Que sigo sin entender algunas costumbres de los humanos.
No entiendo por ejemplo a los que compran y compran, gastan y gastan… y no saben si podrán pagar (en realidad me preocupan los que saben de antemano que no podrán pagar).
Sí… acá estoy otra vez transitando en sentido contrario por la autopista.
Acá voy otra vez a contramano en mi viejo camión tratando de convencerlos de que los que circulan mal son los diez mil autos que se me vienen encima.
Me estoy poniendo verde y se me paran las antenitas porque me duele, me alarma y me entristece el endeudamiento de los terrícolas.
Aclaremos… no me refiero al consumo de los países desarrollados que ahítos, llenos, desbordantes de euros o petróleo encuentran en las compras la mejor manera de vivir sus vidas.
Allá ellos.
Aclaremos… hablo de los muchachos –y no tan muchachos– de los países superarrollados que sin una moneda en sus bolsillos agujereados resuelven comprar sus plasmas, renovar sus computadoras, cambiar sus celulares y actualizar su vestuario.
¡Claro que tienen derecho!
Pero alguien debería avisarles que esas campañas de publicidad tan bien pensadas, tan estudiadas por expertos en comunicación y marketing no son para ellos.
Alguien debería avisarles que eso fue pensado para las sociedades donde las necesidades básicas están cubiertas.
Alguien debería avisarles que es inmoral que nos hagan creer que necesitamos comprar lo que ellos necesitan vender.
Alguien debería avisarles que esos tipos han dedicado millones de dólares para aprender a engañarnos y que siguen estudiando cómo estafarnos sin que nos demos cuenta.
Deberíamos avisarles en la escuela, cuando todavía son chicos; cuando aceptan ir a misa y vacunarse sin cuestionarlo, que intentarán violarlos ni bien sepan prender la tele.
¡Que los violarán, apenas lleguen al control remoto!
¡Que el marketing será la ropa que usarán hasta el día de su muerte (cajón y cementerio privado incluido)!
¡Deberíamos usar las escuelas para eso!
¡Deberíamos aflojarle un poco al germinador y a los números primos!
Eso me tiene mal, me pone verde y no me deja dormir.
Que hayamos permitido que naciera una generación que dedica su vida a “trabajar para pagar lo que debe”.
Mirá… en mi país hay agricultores, hay solidarios, hay sacerdotes, hay egoístas, hay deportistas, hay militares, hay empleados públicos y hay –desde hace pocos años– una generación que trabaja para pagar lo que debe.
Es que sin que lo advirtiéramos nos modificaron los valores más elementales, incluso nos cambiaron el significado de “comprar”.
Comprar es para muchas personas, más importante que rezar, gritar un gol, hacer el amor o elegir al presidente.
Por estos días se disfruta más parado frente al mostrador que hincado en la capilla, sentado atrás del arco o acostado en una cama.
¿Está claro lo que quiero decir?
Veamos un ejemplo:
“Comprar un televisor de plasma”
La frase de cinco palabras debería estar acentuada en el vocablo “plasma” o en todo caso en “televisor”.
¡Pero lleva acento en “comprar”!
Porque ese es el valor: ¡Comprarlo… y disfrutarlo hasta el día que ya te hayas acostumbrado a tenerlo!
Como un fetiche, el objeto vale más que las funciones que te ofrece.
Instrucciones para la compra:
1ero. Martes: elegirlo en la tanda del viejo televisor.
2do. Jueves: comentar la compra con los compañeros de trabajo.
3ro. Sábado: hablar de él en la reunión de amigos.
4to. Lunes: ir al comercio y señalárselo al vendedor.
5to. Domingo: llevarlo a casa y mostrárselo a familiares y amigos (como hacíamos cuando traíamos del hospital a nuestro nuevo hijo).
El encantamiento durará hasta el día en que en esa misma pantalla ofrezcan un modelo más nuevo. ¡Sí, el aparato se habrá devorado a sí mismo!
6to. Al cabo de unos meses debe reiniciarse el procedimiento.
(Válido para celulares, dvd, máquinas fotográficas, etc., etc.)
Entonces me pregunto con verde inocencia:
¿Qué cambio produce un aparato de estos en relación con el televisor que teníamos? ¿Cuánto ha mejorado nuestra vida al recibir una imagen más nítida y un mejor sonido? ¿Qué será lo que veremos mejor ahora?
¿Un teleteatro mexicano filmado en el dormitorio y en la cocina pero en pantalla plana?
¿Qué escucharemos ahora con absoluta fidelidad?
¿Un programa en el que cuatro degenerados cuentan la vida privada de las personas… pero en estereo?
De lo que estoy seguro es de que ahora estaré obligado a trabajar una hora más por día durante dos años para poder pagarlo.
¡Una hora por día por dos años!
Una hora sacada ya sabemos de dónde.
¿De qué hablamos?
¿De capitalismo versus comunismo?
¿Del consumo contra el ahorro?
¿Es que no nos damos cuenta de que este modelo está basado en el consumo y que si todos resolviéramos dejar de consumir, el mundo colapsaría porque el desempleo alcanzaría a la mitad de la población?
¿Qué proponemos?
¿Volver a las carencias de nuestra infancia para exorcizar los excesos de este siglo?
No, no estamos hablando de eso.
Lo que hacemos es preguntarnos por qué tenemos que pasar el límite de lo que podemos pagar con cosas que no necesitamos.
Me da mucha lástima ver como no llegan a fin de mes, aunque no sean mis hijos.
¿Por qué endeudarnos con tarjetas y préstamos si inexorablemente llegará el momento en que tengamos que pagar esa deuda?
¿Por qué empeñarte para tener ese ipod con capacidad para 30.000 temas?
¡30.000 canciones!
¿Cómo hacer para escucharlas antes de que lo cambies?
¿Cómo consumir las 100 horas de video que te ofrece?
¿Cuándo vas a ver las 150 películas que pudiste bajar en tu computadora?
¿Por qué bajar trescientas canciones por el celular, escuchar treinta y pagar tres?
Mirá…cuando yo era chico navidad era el 25 de diciembre y el pinito lo armábamos unos días antes.
¡Hoy los centros comerciales y los grandes supermercados dan por iniciada la temporada de caza…perdón…la navidad, en los primeros días de noviembre!
¡Y a endeudarse que se acaba el mundo!
¡Rápido, señor, se termina octubre y ahí está viniendo Papá Noel!
¡Aproveche ahora los créditos para las compras de navidad y empiece a pagar al desarmar el pinito!
¡Rápido, Papá Noel! Apúrese, gordito que en la vereda están esperando los reyes para enseñarnos los celulares que filman en cámara lenta!
¡Vaaaamos Melchor, no se me demore que tenemos que empezar con la liquidación de verano!
Por favor, Baltasar, Gaspar, no se me distraigan con el pasto de los camellos que se viene el Día del Niño, del Padre, de la Madre, de los Abuelos, de la Secretaria, de Pascuas, de la Maestra, del Amigo… ¡Están de vivos! ¡Se están riendo de nosotros atrás de un escritorio! Se agarran sus enormes barrigas. Las lágrimas caen por sus mejillas, resuenan las carcajadas, leen sus gráficas y se sientan en el suelo a reírse descaradamente de los imbéciles como nosotros que “no dejaremos que le falte nada a nuestros hijos”.
¡Inventaron esos días y nosotros los compramos todos!
Y de tan generosos que somos les pedimos más.
Y ellos nos dijeron: “No tenemos más festejos”.
Y nosotros les dijimos: “Sí… ¿y esos que alcanzamos a ver ahí?”.
Y ellos nos dijeron: “No, eso no es para ustedes”.
Y nosotros les dijimos: “No importa, los llevamos igual” y nos compramos festejos tan nuestros como San Patricio, Halloween, San Valentín y el Día de Acción de Gracias.
“Porque lo importante es tener”, nos dijeron
Y como nosotros somos de poca atención y mucho gerundio entendimos que lo importante es “estar teniendo”.
Lo importante no es lo que has consumido…lo importante es lo que estás consumiendo y más aun…lo que vas a consumir.
Nada de lo que tenemos ahora es mejor que lo que vendrá.
¿El mejor celular?
El que llegará.
¿La mejor computadora?
La que vendrá.
¿El mejor auto?
El que saldrá a la venta en un mes.
No hace mucho tiempo vivíamos permanentemente en el pasado.
“Todo tiempo pasado fue mejor”, nos dijeron.
Más adelante resolvimos vivir intensamente “el hoy”.
“No hay que tener ojos en la nuca, disfruta el ahora”, nos dijeron.
Desde que empezó este siglo hemos resuelto vivir en “lo que se viene”.
Porque será la mejor mujer la que llegará, y el mejor presidente el que no hemos votado, el mejor nueve el que no ha contratado nuestro equipo y la mejor vida la que nos preparamos a disfrutar el año que viene, cuando terminemos de pagar lo que debemos y podamos volver a comprar.
Con un poco de suerte –si existe la reencarnación– podrás comprarte otra vida y hacer en ella lo que no tuviste tiempo de hacer en ésta.
Claro… todo tendría algo de sentido si estuviéramos en condiciones de pagar lo que estamos consumiendo.
Pero resulta que la única capacidad intacta que nos va quedando es la de endeudarnos.
Porque el crédito a la producción es una víbora que se escabulle pero el crédito al consumo es una tortuga renga; ahí está, a la vuelta de cada mostrador, ofrecido indiscri¬minada e impúdicamente a cualquiera sin siquiera confirmar si el tipo tiene capacidad de pago.
Con avisos explosivos, letras grandes, colores y sonidos fuertes pero sin una sola línea de explicación del monto real de las tasas de interés y de los intereses moratorios.
Porque se parece mucho a la historia de aquel buen señor que preguntó a su joven esposa si se había casado con él por el capital.
–No, mi amor– le contestó. Me casé por los intereses.
Exactamente de eso se trata.
Ellos están interesados en los intereses.
Porque no nos venden electrodomésticos: nos venden dinero en cuotas.
“Sin entrega inicial”, “A sola firma”, “Aunque estés en el clearing”, “Cómodas cuotas mensuales”, “Solamente con el recibo de sueldo” son las frases de moda del incipiente siglo XXI.
Así que para poder continuar pagamos el mínimo de la tarjeta y comenzamos un nuevo endeudamiento.
Y sacamos otra tarjeta para pagar la anterior, y obtenemos un nuevo crédito y tapamos un hueco abriendo otro más grande, y aparecen los prestamistas, y llegamos al 30 por ciento mensual para intentar salir y caemos en un círculo cerrado (claro… si no fuera cerrado no sería círculo)
Y de a poquito nos vamos avivando de que consumir es el negocio de todos… menos del que consume.
Los bancos cobran 140 dólares por cada 100 que te dan y apenas terminaste con un préstamo los muy desgraciados te llaman a tu casa para ofrecerte otro y si no pudiste pagar el anterior te prestan más para que puedas hacerlo.
Esto se llama generosidad… y reprogramación de deudas; pedir un préstamo barato para pagar el otro y entrar en un laberinto de terror del que solo saldrás si consigues un nuevo empleo que te aleje un poco más de la vida y te acerque un poco más a los bancos.
Y si el gerente del banco se distrajera, el sistema tiene previstas otras ingeniosas maneras de atenderte sin que tengas que sacar número: puedes empeñar tus joyas, puedes malvender los electrodomésticos que no pagaste, puedes hipotecar tu casa, puedes venderla.
Y como si todo eso no alcanzara, hemos abandonado la cultura del ahorro con la que nos educaron.
No solamente por cambiar el auto o comprar el mp3; es mucho más que eso.
La cultura del ahorro no implicaba únicamente colocar monedas en una alcancía con forma de cerdo, incluía apagar la luz de la habitación de la que salíamos, cerrar la canilla cuando el cepillo de dientes estaba en la boca, usar botas de goma para no romper el calzado los días de lluvia o no servirnos en el vaso más de lo que íbamos a tomar.
Hoy gastamos una llamada para pedir a “informes” el número que no tenemos ganas de buscar en guía, subimos al auto para ir al supermercado de la esquina, llamamos el ascensor para bajar un piso, avisamos por celular que estamos llegando.
Porque ahorrar no es solamente no comprar lo que no necesitamos.
Así está el mundo amigos, con niños cuidados por empleadas, tías y abuelos o llevados al depósit… a guarderías cuando aún no han cumplido los cinco meses.
Con padres ignorando que viven en sociedad, sin destinar un solo minuto de su tiempo para una tarea comunitaria.
Así está el mundo amigos, quejándose por mensajes de texto a los programas de radio.
Y acá estamos nosotros… endeudándonos una vez más para intentar salir, para poder entrar, porque queremos salir otra vez… a ver si podemos volver a entrar.Me dan pena, me dan mucha lástima.
Todos me dan lástima.
Incluso un pelado medio verde que alcanzo a ver ahora mismo –reflejado en un vidrio– escribiendo en una notebook con pantalla táctil.

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Vos porque no tenés hijos

>> 6 de mayo de 2008

(Esta nota salió en crítica digital el 05/05/08)

Padres: la responsabilidad es de ustedes. Son ustedes quienes no saben decir no. Tampoco saben decir sí. Y no tienen idea de por qué decir sí o por qué decir no.
Sin embargo, están tan enceguecidos con el mandato milenario de la santidad de la maternidad y la paternidad que nunca se van a hacer cargo. De acuerdo, a muchos de ustedes casi lo único que les pasó en la vida es ser madre o padre. (Al menos es lo que se puede colegir de las conversaciones de cumpleaños de gente de mi edad: aviso, no me inviten a cumpleaños de gente de mi edad, no pienso soportar una conversación más sobre cuotas de colegio, color y consistencia de la caquita mañanera o precios y marcas de óleo calcáreo.) Pero ¿vieron a sus hijos?; ¿los vieron como los vemos todos los que no somos padres de sus hijos?; ¿no les dan un poco de vergüenza? De acuerdo, no lo confiesen pero ¿no les dan un poco de vergüenza a veces? Bueno, debería.
Todos esos chicos que se revientan a navajazos, todas esas nenas que tienen como único norte cantar las canciones de Patito feo y mostrar lascivamente tetitas que no tienen, todos esos nenes discriminadores, groseros, brutos, sobreinformados de la nada, maleducados: son su obra. No es la televisión, no son las maestras, no es Cristina. Son ustedes.
Padres y madres argentinos que no saben serlo, que se quedan cortos de autoridad y largos de desconcierto. Son ustedes.
Los padres. Que no son los reyes. Los reyes son los nenes y hacen lo que se les canta y nosotros, que no tenemos hijos por decisión propia, no queremos ser sus súbditos.
Hay una edad –que pasé hace un tiempo– en que uno no es padre. Así, sencillamente. Uno viene siendo un joven, pasa a ser un adulto y ahí ya tiene que explicar que no, que no tiene hijos. Que no es padre. Quienes no tienen padres son huérfanos. Quienes no tienen hijos no tienen nombre. No tenemos nombre. No hay nombre para designar a aquellas personas que, llegadas a la edad en que la que podrían serlo, no son padres. ¿Por qué? Parece que a algunas mayorías les resulta difícil aceptar que algunos no queremos ser padres o madres. Que pensamos que es un trabajo para el que no estamos capacitados, que el mundo continuará andando porque la cosecha de hombres y mujeres nunca se acaba, pero que nosotros, mejor, contribuimos de otra manera. Sin embargo, está lleno de padres por default. Son mayoría. No los que se cuestionaron para qué traer –más allá del egoísmo de sentirse alguien– una persona a este mundo que todo el tiempo está avisándote que no necesita a nadie más, sino quienes ni se plantean que están fabricando más gente de la que el planeta quiere soportar. La naturaleza, que tanto pregonan, no sabe cómo hacer para decirles que basta, que hay que parar de tener hijos por dos años.
Están convencidos de que son moralmente mejores por haber traído esos delincuentes juveniles a este mundo.
Sean las retenciones, la legalización de la marihuana, la violencia en el fútbol o las peleítas mediáticas del momento, nunca falta el superhombre o la supermujer que amonesta: “Vos porque no tenés hijos”. Una descalificación que te deja afuera de cualquier discusión y que se basa en la creencia chunga de que para ser un ser humano completo hay que dejar descendencia bípeda.
Ya está, ya le dieron al mundo un vástago: cumplieron. Y desde esa maternal/paternal superioridad te quieren hacer sentir un obtuso.
Nadie los preparó para asumir la tarea en la que pierden sus mejores años: en general les sale mal, les tiran sus traumas a los chicos, los hacen competir carreras personales, no los tienen en cuenta, los muestran como toros campeones en una exposición y, horror, los padres que son músicos, les escriben a sus hijos canciones horribles que después todos tenemos que escuchar por la radio.
Y se convierten en personas mezquinas y poco solidarias: tienen que pensar en su familia, en sus hijos. Hacerlo “por los hijos” justifica cualquier agachada: “No puedo hacer paro, tengo hijos”. “Te tuve que deschavar, tengo hijos”.
“No, yo no puedo, tengo hijos”. ¿Y yo qué culpa tengo? ¿Por qué trasladan la responsabilidad a todo el grupo? ¿Quién te obligó a convertirte en padre, a no ser tu propia falta de objetivos mejores?
No se consideran completos sino tienen hijos, pero después los tienen y no saben para qué.
No saben educarlos ni prepararlos para casi nada.
No saben ganarse su respeto y, muchas veces, ni siquiera su cariño.
Paren de tener hijos por dos años. Van a ver que se pone bueno. Te lo digo yo, que no tengo hijos.

Tanto jodió esta nota que, al día siguiente se publicó ésta otra:

Los padres perfectos

Se aceptan las reglas inherentes al medio: el comment de internet es anónimo, instantáneo y, como tal, tiene más que ver con la descarga inmediata de la emoción –sin intermediarios– que con una razonada intervención con argumentos de peso. Se acepta también que fue una decisión consciente el uso del descaro de parte del autor (que vengo a ser yo) de la contratapa del diario de ayer, “Vos porque no tenés hijos”. Sí, quise que hubiera esto que hubo y que suena tan estimulante. Padres y no padres en discusión sobre modos y modales de educación. Enojadísimos algunos –sí, se les va la vida en ello–, más relajados otros.
En el termómetro habitual de www.criticadigital.com los lectores decidieron que querían decir alguna cosa sobre mi patada de ayer.
Bien, debatamos, que no es menor. Es no sólo el futuro sino también el presente.
Se me acusa de generalizar. La verdad, no. Digo que “está lleno de padres por default. Son mayoría”. Bien, ahí queda claro que no generalizo. Que me refiero a quienes considero –sí, claro, arbitrariamente y sobre la base de cuatro datos que observo y nada más– padres por default. Se llenó la página de maravillosos padres que defienden a sus maravillosos hijos y que hablan de la decisión con la que encararon el momento de tener un vástago y la responsabilidad y el compromiso de tener una boca que alimentar y una vida que encarrilar. De acuerdo, es claro que ustedes no son padres por default. También es claro que no aprobaron comprensión de texto.
No sé si hablo desde el resentimiento como tantos se han animado a afirmar. Me alegra que me conozcan tanto, pero no sé. Si un resentido es alguien que re-siente, que siente dos veces, no me molesta. Pero no sé por qué sería un re-sentido en este caso. ¿Por qué será que los padres (sí, dale, algunos padres) no aceptan que no querer tener hijos es nada más que eso, no querer? No hay resentimiento, no hay nada.
Esa imposibilidad de entender al otro es lo que suena grave. Vuelvo a leer lo que escribí por si me perdí algo. Sigo sin encontrar el odio que me han achacado; ¿dónde el odio?
A ver, ¿hay chicos que se revientan a navajazos en las escuelas? ¿Hay nenitas sobreexcitadas que reciben el aplauso de sus padres por copiar modos y posturas de gatos televisivos? ¿Hay nenes brutos, maleducados, discriminadores y groseros? Bueno, yo los veo. A diario.
Sin embargo, si digo que existen, me mueve el odio. ¿Por qué? ¿Será que uso anteojos que me hacen ver todo eso horrible donde en realidad sólo hay maravillosos querubines cuestionadores pero respetuosos, divertidos e inteligentes? ¿Veo eso porque me mueve el odio y el resentimiento? ¿O el odio y el resentimiento se desprenderán del hecho de que no me conmueve que tengan doce años y ya sean insoportables?
Alguien habla de una discusión estéril. Es paradójico, si la discusión le parece estéril, ¿para qué participa? ¡Para decir que es estéril!
Soy, en general, políticamente correcto. Creo que todo lo que nos rodea es tan incorrecto que no me causan gracia la discriminación, el ninguneo, la glorificación de la ignorancia. Sin embargo, el texto en cuestión es políticamente incorrecto. No es casualidad. Hay algo que no permite hablar de la maravillosa relación progenitor/hijo en términos no encomiásticos. Es sagrada. Al sacralizarla se destruye la posibilidad de la discusión. Y eso es autoritarismo.
Algunas cuestiones personales que se mencionan en los comments no serán tema de discusión aquí porque, por suerte, lo que se debate es mucho más importante de lo que me haya llevado a pensar esto.
Lo último: la próxima vez que vayas a decir: “Vos porque no tenés hijos”, pensalo dos veces. Gracias.

Sólo algunos de los 200 mensajes recibidos en la página

* María: -Nunca me gustaron las generalizaciones, y creo que las estás haciendo desde el pedestal en el que creés estar por ser periodista y tener a tu disposición unas líneas para expresar tus ideas. Pero debés saber que una cosa es poner como escudo y excusa a tus hijos y otra muy distinta mirarte el ombligo toda la vida, con la acidez y el sabor amargo a no tener –aún– asumida la decisión de no ser padre.

* Bárbara (35): –¡Qué suerte que tipos como vos deciden no tener hijos!

* Leonardo (39): –Muy buena la nota de Bazán. Comparto casi el 100% –para no exagerar. Algunas cosas se podrían incluso parodiar en mayor medida, pero así está bien. Debo aclarar, aunque me molesta hacerlo, porque caigo en la absurda división humano con hijo/humano sin hijo, que ridiculiza la nota, que sí tengo hijos. Y que eso no me impide suscribir lo sostenido en la nota, porque sucede tal cual allí se narra.

* Soledad Míguez (25):
–Bazán, simplemente, impecable. Dijiste todo lo que muchos pensamos y en nuestros círculos expresamos, gracias por subir la voz para que te escuchen. Si al menos a uno hicieron reflexionar estas palabras, se logró el cometido.

* Silvina (39):
–Coincido con alguien que dijo que hablás desde el resentimiento. Si quisiste ser gracioso, a mí no me causaste gracia. Soy mamá de un nene de siete años. O sea: opino porque tengo un hijo. No me gustó para nada. Saludos.

* PM (30): –¡¡¡Grande, Bazán!!! ¡¡¡Adoptame!!!

* Gustavo (28): –Me pareció resentida, llena de estupideces. Tengo dos hijos hermosos y tuve un padre fantástico, me parece que a vos te faltó. Jorge Lanata, no sé cómo dejaste publicar esta nota patética, me asombra.

* Clau:
–Excelente lo que planteás, es así, tal cual, yo tengo una hija de 18 años, y fui maestra muchos años. Lo que decís lo vi durante todos los años de docencia, y lo sufrí también, y como madre también lo viví junto a mi hija y sus compañeros/amigos, además de verlo cotidianamente en la calle.

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