Amor, cuando te digan que te olvidé, y aun cuando sea yo quien lo dice, cuando yo te lo diga, no me creas, quién y cómo podrían cortarte de mi pecho?

Desechando lo desechable

>> 28 de octubre de 2007

Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida.
No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos.
O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”.
Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara.
Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises.
Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!
Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar.
¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!

Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.
¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor.
Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.
Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.
Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida.
¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.
¡Nos están jodiendo!
¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!!
Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo.
Nada se repara.
¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon.
La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.
De por ahí vengo yo.
Y no es que haya sido mejor.
Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”.
Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo)
Me educaron para guardar todo.
¡Toooodo!
Lo que servía y lo que no.
Porque algún día las cosas podían volver a servir.
Le dábamos crédito a todo.
Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.
Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita.
¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?!
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.
El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.
Y guardábamos.
¡¡Cómo guardábamos!!
¡¡Tooooodo lo guardábamos!!
¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!
¡¿Cómo para qué?!
Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.
Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.
¡Tooodo guardábamos!
Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.
Y las cosas que nunca usaríamos.
Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.
Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar.
Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.
Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables.
Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.
¡Y las pilas!
Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa.
Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.
No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables… eran guardables.
¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.
Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal.
Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.
Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney.
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.
Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.
Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza.
Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.
No lo voy a hacer.
Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.
Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.
No lo voy a hacer.
No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.
No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.
De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.
Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado.
Y yo…no me entrego.

Read more...

Domesticación

>> 15 de octubre de 2007

Todo comenzó así: Por más que yo sopesara el pro y el contra, una y otra vez, la decisión no venía. Fue por eso que llamé a Lili.
—Desearía tener una gata. Pero tengo miedo.
—¿Miedo de qué?
—De sus uñas, ¿vos sabés el filo que tienen?
—Mirá, Hipólito, lo único real que te oí decir es que tenés ganas. No jodás, andá y conseguíla.
Ella y yo habíamos sido pareja en otro tiempo, ya no recuerdo cuando. Hace años de eso. O, quizás, fue en una vida anterior.
Pero, retomando el relato, suelo poner un voto a favor y otro en contra. Y luego llamo a Lili para que desempate.

Me detuve ante la puerta de la veterinaria. El vidrio espejado me devolvió mi imagen. Cabello y barba blancos y una piel profundamente surcada. “Cicatrices de muchas guerras”, me dije, para animarme.
Toqué el timbre. La encargada me abrió.
Me detuve ante la jaula de los gatitos.
—Dos machitos y una hembrita. —sonrió ella.
“Orgullosa de su descendencia”, pensé, con una sonrisa torcida.
—Me gustaría llevar uno —dije—, pero dudo, porque tengo cosas delicadas.
—¿Cosas delicadas? —me miró, interrogativa.
—Tengo bastidores con tela en profusión. Bueno, no tanto —traté de medirme—, serán diez o doce. Pero algunos están pintados y sería un desastre perder las pinturas.
—¿Usted —la voz de la señora sonó extrañada— tiene bastidores colgados en la pared o apoyados en el piso?
—Colgados, por supuesto que tengo. Pero me preocupan los otros, los que no están colgados. Yo pinto, ¿sabe? A veces, también grabo. Y los papeles para grabar, hoy en día, cuestan un dineral.
—Bueno, si se le desmanda —la señora hizo un gesto con la mano abierta y yo me imaginé una raqueta que golpeaba una pelota—, usted tiene que corregirla.
“La pedagogía”, tomé nota, “es fundamental” y me llevé la gatita.

Una vez en casa, abrí la caja. Con delicadeza felina la gatita salió y se puso a inspeccionar su nuevo territorio. Su primer acto verdaderamente oficial, como gatita de la casa, fue saltar sobre un sillón y rasguñarlo. Yo la tomé lo más rápidamente que pude, me aparté y la dejé en el suelo. Pero la gatita corrió velozmente hacia el sillón, otra vez saltó sobre él y siguió rasguñándolo. Tres o cuatro veces la alejé. Pero insistió tanto que me puso furioso. Terminé siendo violento. “Cuando deje de vigilarla va a volver y lo va a hacer trizas”, pensé, angustiado. Ese episodio me dejó muy inquieto.
Pasado un tiempo la gatita vino a los gritos; sin duda quería comer. Me pareció percibir en su voz un timbre infantil.
“Claro”, me dije, “si aún no ha cumplido los tres meses”.
—Bueno —me dirigí a la gata—, como, de algún modo, tenemos que entendernos, te pondré un nombre. Te llamarás Luna.
Y le puse en su comedero una ración de carne mojada con huevo que ella despachó con ganas.

Después llamé a Lili.
—Hola, Lili, tengo una gata.
—Ah, qué bueno. ¿Cómo es?
—Siamesa.
—Mañana al mediodía —la voz de Lili sonó alegre—, voy a tu casa. Tengo que verla.

Más tarde vi un apreciado objeto de cerámica que yo solía tener en un estante pero que, en ese momento, estaba partido y en el piso. Era recuerdo de un viaje que había hecho al Perú, años atrás. También el ánimo se me vino al piso. “No puedo convivir con esta bestia”, me lamenté, “me va a destruir la casa”. Pero era domingo y no podía devolver a Luna. Por el momento, había que aguantarse.
Luna desapareció de mi vista y oí golpeteos. “Ya está haciendo líos otra vez”, pensé. Pero, esta vez, Luna, tan sólo jugueteaba con las piedritas de su baño.
Después, mientras yo miraba la tele, vino Luna reclamando. Su vocecita sonaba desvalida.
—¿Qué te pasa? —le pregunté. Me incliné, la tomé y la puse sobre mis piernas. Luna se acomodó y se durmió.
—Tan adorable y tan odiosa —murmuré, perplejo.
Un rato después, deposité a Luna en el piso y me levanté para meterme en el baño. Cuando salí Luna estaba reclamando en otro lugar del caserón, maullando al vacío.
—Vení, Luna —la llamé—, vení, gata sonsa.
Quise consultar un libro de arte. Cuando lo retiré de la biblioteca, por puro azar, se cayó una pelotita que estaba allí. Ver a Luna correrla fue un espectáculo divertido.
Cuando llegó la noche fui a la cama. La gata se subió también. Se acercaba peligrosamente a mi cara y temí por mis ojos. Puse una caja con un pulóver viejo afuera de mi habitación, saqué a la gatita, y cerré la puerta. Por un largo rato oí las quejas llorosas de Luna.
¡Ufa —exclamé—, qué chiquita que sos y que batifondo metés!
Después nos sobrevino el sueño.

En la mañana del lunes sentí que era mejor no apurarme, siempre habría tiempo para devolver a Luna. “Además”, pensé, “si Lili no llega a verla, se va a desilusionar.”
Le serví una ración de comida.
Tenía ganas de pintar. Pero, además, era tiempo: la fecha de la exposición se me venía encima. De modo que puse un lienzo sobre el caballete y desplegué tubos de óleo, la paleta y los pinceles. Poco pude pintar. Luna siempre estaba alrededor de mí, reclamando mi atención, o bien, se llevaba los tubos de óleo, empujándolos con sus patitas, por la mesa primero y por el piso del estudio después. Era interesante ver como creaba imágenes de la caza de una presa en plena huída. Pero era malo para la exposición.

Al mediodía llegó Lili. Tomó a Luna, la acarició y le hizo mil mimos. Estaba encantada.
Le comenté acerca de nuestra convivencia. De Luna y de mí, quiero decir.
Lili me encaró francamente:
—Vos sos un solitario. Siempre te manejás por las tuyas. Lo que necesitás, más que no tener problemas, es tenerlos.
Y agregó:
—Dejála dormir con vos. No te va a hacer nada. Disfrutála ahora; después crecen y cambian.
Durante el almuerzo, me ofreció:
—Podés usar mi estudio para pintar cuando quieras.

Ahora es la noche del lunes.
La historia de un hombre y una gata se compone de pequeños acontecimientos. Por ejemplo: Hago algo que no le gusta mucho, la tomo en mis manos de modo tal que no pueda moverse.
—El amor es así, Lunita —le digo—, te maniata.
Pienso en las mujeres. ¿Cuántas han pasado por mi vida? Muchas. Pero ninguna logró tenerme maniatado mucho tiempo, salvo Lili, tal vez. Subo la escalera que me lleva a mi dormitorio. Obediente a las indicaciones recibidas no cierro la puerta. Entro la caja de Luna. La gata la ignora. Va directamente a mi cama.
Me sorprende la presencia de ese ser.
Se trata, sin duda, de una intrusión promovida por mí mismo. Pero aún así, me sorprende. Es un plus, algo que no pertenece a este contexto. De pronto, no sé por qué, volviendo de un lejano pasado un recuerdo se me presenta. En un cuaderno de la escuela se me había caído una mancha. Encontré la siguiente solución: dibujar el torso de un hombre que parecía emerger de la hoja, miraba la mancha y preguntaba: “¿A quién se le habrá caído una gota de tinta?”.
Quiero leer un rato antes de dormir. A Luna no se le ocurre mejor cosa que sentarse en mi pecho y mirarme a la cara, ubicándose, así, entre el libro y yo. La vida joven es demandante, impaciente, todo lo quiere ya, ningún respeto por el pasado, por la historia. Tal vez sea por eso que nunca tuve hijos.
Me acuesto, finalmente. La gata, ronroneando, se acomoda a mi lado.
—Al final, Lunita —susurro—, me vas a domesticar.
Apoyo mi mano sobre ella para sentir la tibieza de ese trocito de vida palpitante. Curioso contraste el que hacen mi corazón cansado y el corazón reciente, el de esta criatura que apenas asoma a la vida. Es mi último pensamiento en esta noche. Y nos quedamos ambos reposando, olvidados del mundo, rodeados por la oscuridad envolvente.
de "Los relatos de Hipólito"

Read more...

La carta en el camino

>> 12 de octubre de 2007

Adiós, pero conmigo

serás, irás dentro
de una gota de sangre que circule en mis venas
o fuera, beso que me abrasa el rostro
o cinturón de fuego en mi cintura.
Dulce mía, recibe
el gran amor que salió de mi vida
y que en ti no encontraba territorio
como el explorador perdido
en las islas del pan y de la miel.
Yo te encontré después
de la tormenta,
la lluvia lavó el aire
y en el agua
tus dulces pies brillaron como peces.

Adorada, me voy a mis combates.

Arañaré la tierra para hacerte una cueva
y allí tu Capitán
te esperará con flores en el lecho.
No pienses más, mi dulce,
en el tormento
que pasó entre nosotros
como un rayo de fósforo
dejándonos tal vez su quemadura.
La paz llegó también porque regreso
a luchar a mi tierra,
y como tengo el corazón completo
con la parte de sangre que me diste
para siempre,
y como
llevo
las manos llenas de tu ser desnudo,
mírame,
mírame,
mírame por el mar, que voy radiante,
mírame por la noche que navego,
y mar y noche son los ojos tuyos.
No he salido de ti cuando me alejo.
Ahora voy a contarte:
mi tierra será tuya,
yo voy a conquistarla,
no sólo para dártela,
sino que para todos,
para todo mi pueblo.
Saldrá el ladrón de su torre algún día.
Y el invasor será expulsado.
Todos los frutos de la vida
crecerán en mis manos
acostumbrados antes a la pólvora.
Y sabré acariciar las nuevas flores
porque tú me enseñaste la ternura.
Dulce mía, adorada,
vendrás conmigo a luchar cuerpo a cuerpo
porque en mi corazón viven tus besos
como banderas rojas,
y si caigo, no sólo
me cubrirá la tierra
sino este gran amor que me trajiste
y que vivió circulando en mi sangre.
Vendrás conmigo,
en esa hora te espero,
en esa hora y en todas las horas,
en todas las horas te espero.
Y cuando venga la tristeza que odio
a golpear tu puerta,
dile que yo te espero
y cuando la soledad quiera que cambies
la sortija en que está mi nombre escrito,
dile a la soledad que hable conmigo,
que yo debí marcharme
porque soy un soldado,
y que allí dónde estoy,
bajo la lluvia o bajo
el fuego,
amor mío, te espero.
Te espero en el desierto más duro
y junto al limonero florecido,
en todas las partes dónde esté la vida,
donde la primavera está naciendo,
amor mío, te espero.
Cuando te digan: "Ese hombre
no te quiere", recuerda
que mis pies están solos en esa noche, y buscan
los dulces y pequeños pies que adoro.
Amor, cuando te digan
que te olvidé, y aun cuando
sea yo quien lo dice,
cuando yo te lo diga,
no me creas,
quién y cómo podrían
cortarte de mi pecho
y quién recibiría
mi sangre
cuando hacia ti me fuera desangrando?
Pero tampoco puedo
olvidar a mi pueblo.
Voy a luchar en cada calle,
detrás de cada piedra.
Tu amor también me ayuda:
es una flor cerrada
que cada vez me llena con su aroma
y que se abre de pronto
dentro de mí como una gran estrella.

Amor mío, es de noche.

El agua negra, el mundo
dormido, me rodean.
Vendrá luego la aurora,
y yo mientras tanto te escribo
para decirte: "Te amo".
Para decirte "Te amo", cuida
limpia, levanta,
defiende
nuestro amor, alma mía.
Yo te lo dejo como si dejara
un puñado de tierra con semillas.
De nuestro amor nacerán vidas.
En nuestro amor beberán agua.
Tal vez llegará un día
en que un hombre
y una mujer, iguales
a nosotros,
tocarán este amor y aún tendrá fuerza
para quemar las manos que lo toquen.
¿Quiénes fuimos? ¿Qué importa?
Tocarán este fuego
y el fuego, dulce mía, dirá tu simple nombre
y el mío, el nombre
que tú sola supiste porque tú sola
sobre la tierra sabes
quién soy, y porque nadie me conoció como una,
como una sola de tus manos,
porque nadie
supo cómo, ni cuándo
mi corazón estuvo ardiendo:
tan sólo
tus grandes ojos pardos lo supieron,
tu ancha boca,
tu piel, tus pechos,
tu vientre, tus entrañas
y el alma tuya que yo desperté
para que se quedara
cantando hasta el fin de la vida.

Amor, te espero.

Adiós, amor, te espero.

Amor, amor, te espero.

Y así esta carta se termina
sin ninguna tristeza:
están firmes mis pies sobre la tierra,
mi mano escribe esta carta en el camino,
y en medio de la vida estaré
siempre
junto al amigo, frente al enemigo,
con tu nombre en la boca
y un beso que jamás
se apartó de la tuya.
Notita al pie: Creo que la razón por la que publico este maravilloso poema
de Don Pablo es simplemente porque mi amor se fue de viaje y la extraño...

Read more...

LXXIV

>> 8 de octubre de 2007

hicimos el amor miles de veces
vimos miles de películas
leímos miles de libros
y acaso la mayor bendición
fue
no saber nunca
que nos quedaba poco tiempo

Read more...

BT

>> 5 de octubre de 2007

Cambié los muebles de lugar... es más... compré muebles nuevos.

Quise hacer un cambio en la plantilla anterior, no hice un back up y así me fue. Como tuve que empezar de cero, ya que estaba, la renové. Y ahora otra vez a empezar.

Read more...

  © Blogger template Webnolia by Ourblogtemplates.com 2009

Back to TOP