El celular y la literatura clásica
>> 25 de septiembre de 2011
Anoche le contaba a mi nieta
un cuento infantil muy famoso, el de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm.
En el momento más tenebroso de
la aventura, los niños descubren que unos pájaros se han comido las
estratégicas bolitas de pan, un sistema
muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y
Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer.
Mi nieta me dice, justo en ese
punto de clímax narrativo...No importa. Que lo llamen al papá por el celular'.
Entonces pensé, por primera
vez, que mi nieta no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía
inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura
-toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como
cree mi nieta.
Cuántos clásicos habrían
perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo
qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes
historias de ficción.
Piense el lector, ahora mismo,
en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta
Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada
o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o
popular, no importa la época ni la geografía.
Piense el lector, ahora mismo,
en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y
con desenlace.
¿Ya está?
Muy bien. Ahora ponga un
celular en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en
una pared, sino un teléfono como los que
existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y Chat, mensajes
de texto y con la posibilidad de
realizar llamadas internacionales cuatribanda.
¿Qué pasa con la historia
elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden
llamarse desde cualquier sitio, ahora
que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes
de texto? ¿Verdad que no funciona un
carajo?.
Mi nieta, sin darse cuenta, me
abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a
hacer añicos las viejas historias que narremos, las convertirá en anécdotas
tecnológicas de calidad menor.
Con un teléfono en las manos,
por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises
regrese del combate.
Con un móvil en la canasta,
Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es
necesaria.
Con telefonito, el Coronel sí
tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.
Y Tom Sawyer no se pierde en
el Missisipi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.
Y el chanchito de la casa de
madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.Y Gepetto recibe
una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.
Un enorme porcentaje de las
historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que
anteceden al actual, han tenido como
principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la
incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.
Ninguna historia de amor, por
ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido
un teléfono en el bolsillo de la camisa.
La historia romántica por
excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática
final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado
la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad.
Si Julieta hubiese tenido
teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo
seis:
..."M HGO LA MUERTA,
PERO NO TOY MUERTA.
NO T PRCUPES NI
HGAS IDIOTCS. BSO".
Y todo el grandísimo problemón
dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta
páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la
Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' .
Muchas obras importantes,
además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados.
La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en
Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría 'Cien años sin
conexión': narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo
nick (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmornig) pero a nadie le funciona el Messenger.
La famosa novela de James M.
Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y llevada más tarde al
cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes' y versaría sobre
un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con
un forastero de malvivir.
Samuel Beckett habría tenido
que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más
acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, 'Godot tiene el teléfono apagado o
está fuera del área de cobertura', la historia de dos hombres que esperan, en
un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin
saldo.
En la obra 'El jotapegé de
Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene
siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop,
mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se
pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico
Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer
más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 la
conexión y 0,60 el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al
mes. Y al final se cansaría.
También nosotros nos
cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática.
Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes
obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de
la telefonía móvil y del wifi.
Todo ese maravilloso cine
romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a
contra reloj, porque su amada está a punto
de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.
Ya no hay ese apuro cursi, ese
remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los
aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para
recordar el camino de regreso a casa. La telefonía inalámbrica -vino a decirme
anoche la Nina, sin querer- nos va a entorpecer las historias que contemos de
ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más
predecibles.
Y me pregunto, ¿no estará
acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de
aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros,
alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama
que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?
No. Le enviaremos un mensaje
de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá.
Cuatro líneas con mayúsculas.
Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que ella, la
mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador.
¿Para qué hacer el esfuerzo de
vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la
incertidumbre? Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.
Nuestro cielo ya está
infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para
matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque
he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a
buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.
Nuestras tramas están
perdiendo el brillo, las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque
nos hemos convertido en héroes perezosos.
Read more...